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Comer y beber:
oler, conocer, (des)conocer, olvidar, recordar, descansar
Sergio Roncallo Dow

“Saber es sabor, de colores primordiales
de ondas calladas, olores elementales”
Enrique Bunbury.

Ácido. Difícil, se hace necesaria la ayuda para poder digerir; apretar una mano amiga, quizás un oído atento a quién dirigirse y gritar. No es fácil. Amargo, a veces recuerda la vida y hace que, sin lograrlo, queramos olvidarla, no es fácil.
¿Qué recuerda?

Un suero con el ruido de una playa silenciosa, un suero con sabor adulto incomprensible para un paladar inexperto, que no comprende, que busca lo mínimo, aquello que no hay que pensar. Berenjena, sabor desértico, tal vez mediterráneo, no lo sé: como sea, cáustico y abrasivo como unas gotas de limón en una llaga abierta: - hacen bien, déjalas fluir- no quiero, me arde, siento dolor!! ¿Es ácido?- así es la berenjena, ácida, tal vez soy yo quien lo percibe así, tal vez no soy yo, quien lo sabe: no debería ser amarga: de nuevo, mi paladar no comprende.

Esta vez es una sopa, es blanca, lechosa y caliente: no recuerdo su nombre, pero es ácida, mucho más que la berenjena. Ignoro, creo que a eso debe saber la leche cortada. No se a que sabe, mi paladar quiere dejar de sentir y al digerir siento una arcada: leche caliente y pequeños trozos de lo que alguna vez debió ser levadura: invierto el sentido de lo natural y mi cuerpo se niega, sin embargo debo dejarla pasar, es ácido, corrosivo y aceitoso, la saliva no mitiga y mi voluntad se extingue. Panela, nada más ácido: está muy caliente, casi hirviendo, el queso se derrite; nadie más nota la acidez, debo ser yo, de nuevo mi falta de pericia me lleva a errar, todo es amargo, mi estómago se contrae antes de que el paladar se lo ordene. Todos departen, el queso se derrite y yo sigo sintiendo un gusto amargo. Ácido. Difícil.

De nuevo mi paladar ignorante ha jugado una mala pasada. Vino, visión heterogénea, sabor a madera: no alcanzo a percibir lo añejo, la acidez eclipsa la extravagancia. Visión engañosa, equilibrio precario y paladar ignorante: de nuevo he perdido la apuesta. Mi paladar vence la etiqueta y el instinto supera la letra, no consigo entender el vino y todo es ácido.

Ácido, contraigo y desdibujo mi rostro, sin embargo fuera de mí todo sigue estado igual: el ruido de la playa silenciosa, la dé por la ere, algún vallenato, las escalas en modo locrio, el acento desigual. Risa y olvido, lo ácido y el mundo.
La acidez es la ignorancia del paladar.

Salado. Soy yo, siempre me sentí así: salado. Mi dedo en la boca recordaba la sal: ¿Na Cl? No lo sé. Salado soy yo, son mis manos después de jugar en la arena y de dibujar con acuarela. Salado son mis manos cuando suelto la guitarra.
Salado es tocar el mundo, el mundo es salado.

Una copa cae sobre la mesa, otra la abandona. La savia del maguey hace lo suyo, sin duda: sal y limón. Suenan Rainbow in the dark y Eye of the tiger y nuevamente la sal se mezcla en mi boca: entre los acordes percibo lo salado, nunca antes se me había mostrado así. Pongo lo salado en mi mano, se mezcla con el ya familiar sabor de mi piel que sabe a jueves, a viernes, a marcador verde bold color dry erase marca Expo: lo salado se mezcla, es una comunión de tarde, sol, hard rock y tequila. Salado es placer de jueves o viernes.

Lo salado me hace descansar.

Salado es carne roja, es descansar a la orilla de un mar muy muy azul, casi verde, en la aletargada Beirut. Salado es mi tía abuela Lilí con su pirex llena de Kawaysh y un calor soportable: es el olor a carne y el sabor de un bocado de kibbe crudo antes del festín principal. Afuera todo igual, de nuevo: el mundo no cambia, oigo un idioma impenetrable, que corre por mis venas pero que no comprendo. Salado es el Kawaysh que me hace olvidar que no comprendo. Salado es el Kawaysh que, sin que comprenda, me dice que me rodea mi familia, a la que nunca había visto y no sé si vuelva a ver. Salado es el Líbano: sabor y olor, cloruro de sodio. Salado. Soy yo.

Calor, salado es calor emanado desde la chimenea, es, de nuevo, carne roja, esta vez con piel de trapo, que se quema y se negrea lentamente: salado es su esencia y su marca. Salado es esa carne muy tarde después de un vino rojo ignorante y con Queen sonando en el fondo.

Salado es lo que pasa muy tarde, lo que precede al sueño, lo que acompaña ciertas formas de ser con el mundo: es un huevo estrellado en la madrugada (a las tres), es una hamburguesa con Coca Cola en una esquina oscura, una pizza de no sé qué al lado de un bar. La noche llega y lo salado se descubre.


 

Salado es aprender, es la apuesta por el exceso, es echar a perder algo: salar es confinar y tener que empezar de nuevo: no se puede separar la sal. Salado es formarse, es amalgamar. Salado no es mala suerte, sólo falta de experiencia: salar es empezar a conocer, salar es un intento de crear, un quehacer casi estético truncado por el maleficio del sabor puro y las convenciones. Salado es un punto de partida. Salado es el ¡sapere aude! el atrévete a pensar de la culinaria, la salida de minoría de edad. Es atreverse a (des)conocer.
Salado es decir que no sé.

Dulce. Suave, plácido, acompañado de mujeres: mi abuela, mi tía, mi mamá. Las tardes después del colegio. Dulce es escudriñar la cocina a las cuatro de la tarde con el pantalón sucio y la maleta aún cerrada en el sofá de la sala. Dulce es lo que huele caliente y lo que ensucia la boca: dulce es llegar de nuevo y no querer salir más. Dulce es la casa de la abuela.

Dulce es lo que se derrite, lo que deja viscoso el manubrio de la bicicleta: es abrir el congelador de la droguería e introducir una mano insaciable, es pedir cien pesos a mi mamá. Dulce es la lengua verde y los partidos de fútbol en el parque Brasil. Dulce es no querer ir a casa.
Dulce es llegar y es salir.

Dulce es esperar, es tener paciencia, es acabar minuciosamente con lo ácido, lo abrasivo, lo amargo. Dulce es excitar y cultivar la ignorancia del paladar y sentir regocijo, es aguardar estoicamente por el final del ritual. Dulce es un epílogo feliz a una narración ácida: dulce es una plácida ignorancia. Dulce es las palabras de un adulto que se mofa de mi expectativa por el epílogo, que menosprecia la acidez que ante lo culto percibe mi paladar.

Dulce es ese momento entre Heidegger y Nietzsche en dos mil uno: un rollito de canela caliente con los ojos en Monserrate y la Jiménez detrás. Dulce es charlar con Paula y ensuciar un poco con color canela la página veinte de la edición chilena de Ser y tiempo, traducción, prólogo y notas de Jorge Eduardo Rivera C, que me prestó Carlos Escobar, dulce es que eso no me importe. Es el olor a canela y al tinto sin azúcar que se mezclan en mi nariz.
Dulce es oler. Dulce es conocer.

Dulce es un vino descaradamente ignorante con Diego en mil novecientos noventa y seis, un vino con frailes obesos y dibujos de vides en la etiqueta: dulce es el placer que produce la ignorancia en una botella de plástico: un moscato passito.

Heineken, sabor cítrico y espumoso en las Ramblas, dulce que borra un atardecer de vinos ignorantes y un gazpacho ácido de la noche anterior: las burbujas son dulces, son efímeras, al instante se han disuelto en mí. El placer no perdura. Estoy sentado bajo un sol anaranjado y en medio de los recuerdos, recuerdo. Recuerdo el vino y unas torpes líneas de Baudelaire:

“Hay que estar siempre ebrio. Nada más; esta es toda la cuestión. Para no sentir el peso horrible del tiempo, que os quiebra la espalda y os inclina hacia el suelo, tenéis que embriagaros sin parar.

¿De qué? De vino, de poesía o de virtud, como queráis. Pero embriagaos.”
Sonrío, Heineken, dulce cítrico.
Dulce es olvidar.
Desayuno, el maíz es dulce, la mermelada es dulce, a veces llega la miel. Dulce es despertar. Dulce es la playa de Atacames y los cocos: es mi primo que me empuja al mar y soy yo que no me importa. Allá todo es dulce, lo hace mi tía Teresa, es todo tan dulce y huele tanto a coco que olvido el ácido de la berenjena con aroma desértico y beduino, todos olvidamos el maremoto que está teniendo lugar. Dulce es olvidar lo malo, dulce es olor a coco en una playa de Atacames en mil novecientos ochenta y dos.
Dulce es comer y es beber.

Sabores. Construcciones subjetivas que elaboran mi percepción; trabajo más intuitivo que intelectual, eso es ácido, salado y dulce: filosofía incompleta de una realidad que es siempre proyecto. Construyo el ser cada vez, con cada bocado, con cada sorbo. Construyo cada vez, pero logro el ser eterno: clarividencia pura desde la experiencia corporal.

Comer y beber: oler, conocer, (des)conocer, olvidar, recordar, descansar: desde dentro he construido un mundo que cada vez viene a mi. Mil novecientos ochenta y dos, mil novecientos noventa y seis, dos mil uno, suero, Kawaysh, rollo de canela: el mundo es ácido, salado y dulce. Así lo siento y así lo (re)construyo cada vez: la nostalgia es un ejercicio que comprendo más desde las pailas que desde la memoria: un vino ignorante en botella de plástico siempre traerá a mi mente a Diego en mil novecientos noventa y seis, mucho más que mil imágenes. Beirut siempre salado: saladoes mi familia, más que una galería de papel en un libro anillado. Dulce es cerrar los ojos y ver Monserrate con un rollo de canela entre las manos. Ácido, salado y dulce son los recuerdos, es el mundo que hice.



*Sergio Roncallo Dow es filósofo, músico y escritor. Entre sus innumerables aportes a la cultura se encuentran Pollito Chicken, reconocida banda bogotana, Los Gemelos Fantásticos y, más recientemente, Los Pusilánimes y los Hermanos precarios. Por si esto fuera poco Sergio es colaborador ad honorem de La Silla Eléctrica como productor musical, locutor y escritor.

 

 
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