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Bondades de un reporte negativo en Datacrédito
Andrés Ospina

Aunque extraño parezca, ser un paria crediticio trae consigo ventajas considerables. Estas son sólo algunas.

El crédito es el más traicionero de los amigos. Y eso si es que un traicionero amigo merece ser siquiera considerado como tal.

Es suficiente con observar los rostros de alucinada satisfacción que lucen los modelos de todas las edades apostados en las vallas publicitarias destinadas a mostrar la grandeza del crédito como vía de progreso en el mundo contemporáneo. ¡El sueño de tener vivienda propia! ¡El sueño del posgrado! ¡El sueño de viajar por el mundo! El sueño es lo que se pierde cuando, unos meses, años o decenios después nos damos cuenta del infame engaño que ahora nos flagela. Después de todo… ¿Qué sería del látigo sin la espalda que se deja castigar? UPAC, UVR, hipotecas, luego la casa se queda en manos de la corporación, y, lo más absurdo de la historia, terminas endeudado con ésta.

Entendemos por centrales de riesgo a esa suerte de omnímodos entes capaces de determinar hasta qué punto somos o no dignos de ser tomados en cuenta para luego cubrirnos con aquel manto de confianza que sólo puede ser impartido por aquellas organizaciones contemporáneas para quienes la usura es la más noble de las actividades, a saber, las entidades financieras y su tóxico sistema crediticio.

Estas últimas suelen presentarse en falsos colores, tal como alguna vez la Biblia diría, Satanás se acerca a nosotros 'como ángel de luz'. La analogía me parece perfecta. La sierpe impía seduce al incauto y desvalido hombre para que luego la condena, representada en cuentas por pagar, llamadas a imprudentes horas efectuadas por aprendices de abogado dispuestos a producirnos temor con el tema de los 'cobros jurídicos y reportes negativos a Datacrédito o Fenalcheque', y el insomnio permanente de quien como Simeón Torrente no deja de deber. Jesucristo fue sabio al no dejarse tentar, tras un largo ayuno de 40 días con sus noches. Nosotros no soportamos una sola hora.

Insisto en lo de reporte negativo pues alguna vez oí al director de tan afamada entidad aclarando que todo aquel colombiano que alguna vez haya tomado la pésima decisión de hacerse a un crédito, siento éste aprobado, tiene un expediente en donde su historial queda consignado en indeleble forma, más allá de si éste sea decoroso o aterrador.

Dado el nivel de desconsuelo que suele afligir al eterno deudor moroso, condición que en Colombia se acomoda a la mayoría de los nacionales, trataré de poner de manifiesto algunas de las bondades de pertenecer a este selecto grupo de parias, condenados hasta más no poder por caseros, cobradores a sueldo e inhabilitados en forma perenne para adquirir cualquier bien mediante el sistema de crédito, por lo que en muchos casos se ven obligados a acudir a una especie de testaferrato soterrado en cabeza de algún buen amigo compasivo e ingenuo.

Para empezar, hay pocas circunstancias tan incómodas como aquella de ser asediado en permanente forma por los insistentes vendedores de sueños que, a la postre, serán las peores pesadillas.

–Don Raúl. Soy María Eugenia Cucalón, ejecutiva de ventas del Ultrabank. Su jefe me autorizó a ofrecerle nuestro portafolio de servicios Ganayá, nuestra tarjeta de crédito Cupodiario, nuestros créditos se libre inversión Sea Feliz, con las tasas más bajas del mercado. Si usted quiere llenamos la solicitud para empezar a disfrutar inmediatamente de todos lo beneficios que tenemos para 'ofrecerle' (sic) a nuestros clientes. Sólo necesitamos que llene tres formularios. Eso no se demora más de 15 minutos, luego una fotocopia de su cédula, dos referencias comerciales, dos desprendibles de los últimos comprobantes de nómina, afiliación a EPS, copia de su último pago al sistema de seguridad social. ¿Don Raúl tiene finca raíz?

–Lo siento, María Eugenia. Me es muy grato saber que soy tenido en cuenta por una prestigiosa entidad (tan seria y correcta) como aquella de la que usted es sin duda una muy profesional y eficiente embajadora, pero tengo la desgracia de haber sido referenciado en no muy buena forma por Datacrédito hace alrededor de tres años por causa de un irresponsable manejo que hice de una tarjeta en el marco de una dantesca crisis familiar, por lo que tengo una inhabilidad de facto que me impide hacer uso de los atractivos servicios que a bien usted tiene ofertarme.

–¿Pero Don Raúl pagó?

–No lo he hecho en modo alguno ni pretendo hacerlo, pues considero, con el mayor de mis respetos por su meritocrático oficio, ello sería patrocinar un hurto consentido por todo nuestro sistema. Ahora, si usted me lo permite prefiero volver a mi vulgar cotidianidad.

Con sólo proferir tan cortas frases la ladilla comercial que hasta el momento hemos sido se llena de altivez y se libra de las llamadas que en caso contrario estarían día y noche perturbando nuestras horas de vigilia y sueño, para seguir insistiendo en las bondades del servicio ofrecido o para solicitar un documento más, necesario para acceder al 'horizonte de beneficios prometidos'.

Y, luego de ahorrarse la cefalea producida por las los constantes repiques, las miradas suspicaces al identificador telefónico, en procura de no contestar ninguna llamada procedente del conspicuo vendedor, los beneficios serán muchos.

Evitaremos la molesta llegada de cuentas por pagar a posteriori, pues nada es peor que ceder al beneficio transitorio en un instante de pasión, para luego saldar la deuda con lágrimas y sangre. Pregúntenselo a quienes hayan padecido de paternidades prematuras e indeseadas.

Imaginemos por ejemplo la subsiguiente, y en demasía cotidiana situación: tras haber perdido la razón por causa de la ingesta etílica, hacemos a un lado nuestra política de austeridad cervecera, y en un conato de entusiasmo irracional decidimos abandonar la tienda de barrio de confianza en donde el sacro néctar de cebada puede ser adquirido por la muy accesible suma de 1.200 pesos oro, para ingresar en otro establecimiento, cuyos precios harían palidecer a la deuda externa de la más pobre nación africana antes el Live Aid.

Después, meses después y cuando ya hemos olvidado el irresponsable hecho por completo, llega a nuestras manos la sentencia fatal de la deuda no postergable. ¡Si tan sólo no lo hubiera hecho!

¿Y qué decir de aquellos momentos en los que uno de nuestros entrañables amigos dice no disponer de efectivo pero requerir con premura de algún bien cuya única vía de adquisición es la endemoniada trampa plástica?

–José. Es que fíjate que tengo un cheque en canje y la plata fijo me sale el próximo miércoles. ¿Será que me puedes prestar la tarjeta para comprarme una chaqueta que vi el otro día en un local del Andino? Tú sabes que yo te pago.

Ante tamaña sugestión hay diversas posibilidades: una, consistente en ceder, de mala gana, atribulados y lleno de pánico a la petición del buen José, pues de lo contrario podremos ser tildados, sin derecho a defensa, de tacaños y amigos a medias; otra sería la de negar de plano y con sinceridad a prueba de fuego el incómodo favor, que por cierto me parece expele cierto tufo de mal gusto y exceso de confianza al solicitarlo; otra más consistiría en mentir –de lo que soy enemigo– afirmando que en ese preciso instante, cosas de la suerte, la tarjeta no está con nosotros (argumento que puede ser demolido con facilidad al replicar: 'No importa. Vamos a tu casa y la recogemos'; o decir, tal vez que, (algo que puede ser cierto y comprobable), no disponemos de cupo porque a la fecha no hemos cancelado la deuda).

A las ostensibles ventajas ya enunciadas podemos sumar la de no ser presas fáciles de quienes han hecho de la estafa virtual su profesión, y que son, parézcalo o no, una de las más frecuentes especies en la jungla moderna. En cientos de oportunidades he oído que los niveles de encriptación de la información correspondiente a tarjetas de crédito adolece de cierta taza de vulnerabilidad, y que, aunque creamos la transacción ha sido llevada a nada preocupante término, los números pueden seguir almacenados por años en bases de datos.

Y bien… aunque los mencionados sistemas fuesen perfectos y todo transcurriera en la más transparente y preclara de las formas...

Para terminar, debo afirmar que el crédito no fue creado para una incivilización comercial postrada como es la colombiana. Bien sabemos que la riqueza del pueblo en otras naciones, cuyos nombres no encuentro necesario mencionar, se ha debido en gran parte a la posibilidad de ir adquiriendo servicios y bienes en forma dosificada y gradual, a costos muy razonables. Pero la experiencia aquí, los altos rangos de interés, la irresponsabilidad de seres como yo y como muchos otros, y la poca credibilidad de la que el sistema crediticio ha hecho gala en todo su esplendor, demuestran que, si de deber se trata, deber es un deber que en lo posible debe ser evitado, debamos decirlo o no.

 

*Andrés Ospina es codirector y cofundador de La Silla Eléctrica. La cerveza, The Beatles, el Qundío y Bogotá se encuentran entre sus mayores intereses.

 

 
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