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El mediocre poema del narciso
Andrés Ospina

2.34 AM.
Piso 11.

El silencio me habla con rumores tácitos. Hace mucho frío y hay poco qué hacer, salvo seguir mirando hacia las sombras imaginarias que se desgranan frente a las luces noctámbulas de Bogotá en tímido y desigual desafío al imperio de tinieblas que, sin duda, seguirán siendo las tres horas siguientes. O sonreír cual idiota ante los cerros orientales que impávidos se asoman tras los muchos edificios que circundan mi espacio insomne.

Siento que algo ha pasado y que ha pasado para siempre. ¡Y lo siento tanto! Sé leer los mensajes silenciosos, las palabras afónicas, las letras tácitas que no se escriben… que se adivinan, que rumoran y conspiran sin hablar, que se intuyen y que duelen, al esperar un correo que no llegará, al aguardar por una voz que a fuerza de no responder se ha hecho muda, al ver que el tiempo se mueve impávido mientras cae un millón de puntos suspensivos por el cuello estrecho de un reloj de arena. Y sé que dolerme en su recuerdo es dolerme en mí, a mi modo. ¡Está tan lejos!

Tengo pánico de recordarle toda la vida.

 


 

 

No hay por qué temer, aunque la noche no resulta muy agradable. De nuevo se pasea el silencio ululando en rumores impunes por el cielo raso de la habitación en donde trato, sin éxito, de dormir. Afuera las familias hibernan sin poder siquiera presumir qué habrá de ocurrirles el día de mañana. Me pregunto qué será de mi persona a la vuelta de diez años. ¿Será que existe alguna posibilidad acaso remota de estar vivo dentro de diez años? ¿Seguiré despierto en unas horas? ¿Podré caer al fin dormido? ¿Podré verle otra vez?

Me lleno de recuerdos, la mayoría de ellos dolorosos, no porque mi vida haya sido en esencia un tormento, sino porque éstos, por alguna indeterminada razón, persisten predilectos e indelebles en mi mente.

Es definitivo: No quiero recordarle toda la vida.

He pensado demasiadas tonterías y ninguna tiene nada de importante, si las comparamos con la excesiva molestia ocasionada por el insomnio que vez tras vez, y a través de mi ventana opaca me susurra: ¡Escríbelo, escríbelo!… es el mediocre poema del narciso.


El silencio sigue haciendo ruido en una noche de rumores que entre líneas se hacen día. Es un rumor, es un silencio, es un recuerdo. Y ese silencio, ese recuerdo, ese rumor soy yo.

*Andrés Ospina es codirector y cofundador de La Silla Eléctrica. La cerveza, The Beatles y Bogotá se encuentran entre sus mayores intereses.

 

 
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