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Rock y política de izquierda en Bogotá
Primera Parte
El advenimiento apoteósico del rock
David Moreno

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Encontrar antecedentes del rock vinculado a la política de izquierda en Bogotá no es fácil. En gran medida porque no existen lazos generacionales. Se trata de reconstruirlos. La bibliografía también es escasa e inexacta: se mezclan en los recuerdos Bill Haley y el Che Guevara, el Sputnik y el Apolo 11, Ancón y los zapatos pompón.

En la Bogotá de los años sesenta, la masiva migración desde el campo es protagonizada por familias con hijos pequeños que pasan a engrosar los sectores pobres de la ciudad. Por eso, la juventud de la época es fundamentalmente urbana. En estos años, las clases medias se expanden considerablemente y su presencia se torna definitiva en las nuevas expresiones culturales juveniles.

Con el afloramiento de la crisis del subdesarrollo después de la Segunda Guerra Mundial, se había identificado la ausencia de industrialización como la causa del atraso económico y social. Como la respuesta se formuló en la modalidad de proceso sustitutivo de importaciones, la formación de profesionales técnicos se hizo un imperativo. Esta consideración llevó a la creación de universidades tecnológicas y al despliegue de especialidades ingenieriles en las tradicionales.

Dentro de ese marco aparece una docena de universidades oficiales entre 1943 y 1966, a las que hay que agregar las privadas que se fundan obedeciendo a la tendencia tecnologista y aprovechando el mercado que ofrecía el auge urbanístico inherente al proceso sustitutivo de importaciones. Este proceso permitió un mayor acceso de las clases medias a la educación superior.

Durante los años de esta gigantesca colonización poblacional, una explosión cultural se produce en los países desarrollados y se difunde universalmente. El rock llega a Bogotá, como a las demás ciudades latinoamericanas, a través de los medios de comunicación (cine, prensa, radio y televisión) subordinados a la industria cultural norteamericana. Como manifestación de rebeldía juvenil, el rock encuentra un terreno abonado por la presencia de los movimientos políticos de izquierda, principalmente entre los universitarios, y por el nadaísmo, de corte intelectual y principalmente literario.

En palabras de Gilberto Loaiza: "El nadaísmo, más que una manifestación tardía del vanguardismo estético, fue la protesta de una intelectualidad de orígenes más o menos plebeyos contra la oficialidad cultural que había dado licencia moral de funcionamiento a los mecanismos de la violencia política. Además el movimiento había rescatado la eficacia crítica y contraventora de los manifiestos, la forma documental más explícita de presentación de la opinión de los intelectuales. La violencia política había incitado, pues, la existencia de los desplantes nadaístas en una sociedad que sacralizó con bendiciones, rezos y camándulas los rituales de mutilación, desollamiento e incineración que se repetían sin piedad" .

La caída de Rojas Pinilla había abierto las posibilidades de acción política para los estudiantes universitarios, y surgían amparadas por la legalidad nuevas organizaciones de izquierda: la Juventud Comunista, el Movimiento Revolucionario Liberal, el Movimiento Obrero Estudiantil y Campesino, etc., creando el caldo de cultivo que llevaría a mediados de la década a la creación de la Federación Universitaria Nacional, varios de cuyos más significativos dirigentes se unirían luego a las nacientes organizaciones insurgentes.

En el medio literario, los nadaístas constituían una de las formas de expresión de la inconformidad juvenil colombiana. Hubieran llegado a ser considerados como una "tribu urbana" si en ese entonces los antropólogos no estuvieran entretenidos describiendo a los indígenas del Catatumbo. Fueron motivo de curiosidad y escándalo por su procacidad sexual y religiosa, además de su gusto por la marihuana (y aquí hablo de los nadaístas, no de los antropólogos ni -¡horror!- de los pacíficos motilones). Los medios de comunicación se burlaban de ellos y buscaban sesudas explicaciones para su extraño comportamiento. Esto los hermanaría con la onda go-go, y, posteriormente, con mayor fuerza, con sus sucesores hippies.

De hecho, quizás la mejor descripción del ambiente en que entra a jugar el rock (la onda go-go) entre los jóvenes la hizo Gonzalo Arango en su crónica sobre Los Yetis de Medellín, que citaré extensamente:

«Habría que pensar en lo que era la juventud colombiana hasta el advenimiento apoteósico del go-go: esa juventud derrotista, frustrada y autodestructiva no sabía qué hacer con su alma, con sus sueños, con su vitalidad sin porvenir. Por dentro y por fuera se hundía en el vacío de una existencia melancólica, sin gloria, sin orgullo, a la deriva del tiempo y de su propio destino. Estaba condenada al fracaso y la soledad. En su tremenda incomunicación y desesperanza había abrazado cualquier causa que la hiciera sentir existente, necesaria para algo, así fuera para destruir la sociedad. Para hacer sentir su presencia en el mundo, esa juventud decidió volverse enemiga y oponer su poder destructivo frente a la sociedad secular. A quienes encarnaron esa actitud desesperada se les llamó "rebeldes sin causa" cuyos representantes integraron pandillas juveniles y cuyos actos limitaban con el terrorismo y la delincuencia común. Era una protesta negativa, la protesta por la protesta, pero al fin y al cabo una protesta que despertó a la sociedad de sus sueños idílicos con el pasado».

«A esa "rebeldía sin causa" que sacudió de su letargo a la irrealidad colombiana, sucedió la causa de la rebeldía go-go, que fue algo así como un dique al borde del precipicio. Toda esa furia en estado salvaje que se expresaba en una violencia sin objeto, se encarnó en el espíritu go-go, alegre, creativo y consciente de su valor como generación inconforme. A partir de entonces esa generación no expresó su protesta por las armas, sino por el arte; no por la destrucción ciega y sistemática, sino por la creación lúcida de sus propios valores, la expresión constructiva de su rebeldía, para exigir su lugar en la sociedad y en la historia. Al tomar conciencia de su importancia exigía sus derechos a la libertad, a ser aceptada como una fuerza nueva y decisiva, y a ser respetada en su dignidad humana».

«Para salir a la conquista de su destino, la generación go-go se armó de guitarras; era una revolución con música. Esta música proclamaba la nueva sensibilidad, un cambio de ritmo en todo: en la vida, en la moda, en las costumbres, en las relaciones sexuales, en la cultura en general. Su advenimiento fue celebrado por la juventud como la llegada de profetas salvadores, con mandamientos que invitaban a la alegría de vivir, al frenesí del baile en cuyas convulsiones se expresaba un rompimiento brusco de las ataduras y coacciones morales, el estallido glorioso de su libertad plena, el gozo radiante de sus impulsos y esperanzas. Definitivamente los melenudos habían ingresado en la escena universal como ídolos de la nueva generación, con una audiencia tan beligerante y multitudinaria, como nunca tuvieron el predicador de moral ni el político demagógico».

La radio fue la plataforma de lanzamiento para el rock en Colombia. En 1957 lo presentó por vez primera Carlos Pinzón en su programa de radio Monitor de Caracol, con el éxito Rock around the clock (Rock al compás del reloj) de Bill Haley y sus Cometas. La película de esta canción se estrenó poco después del lanzamiento del disco, en el teatro El Cid de Bogotá, inaugurando de paso todo el alboroto y destrozos de vidrios y butacas que habrían de sobrevenir.

A finales de los 50 llega el rock en español con los Teen Tops, el grupo de Enrique Guzmán, que fue el primero en grabar en nuestro idioma y que llegó con gran éxito a todo el continente y a España. Según Eduardo Arias, "básicamente se encargaron de traducir y limar el contenido de canciones de Little Richard, Bo Diddley y Buddy Holly, que tenían connotaciones eróticas bastante evidentes y que al convertirlas en canciones como Mi novia popotitos perdieron, obviamente, toda esa carga de rebeldía que decía tener el rock'n'roll en español".

Otros grupos mexicanos de la época fueron Los lnners, Los Blue Caps, Los Black Jeans, Los Locos del Ritmo, Los Hooligans, Los Loud Jets y Los Crazy Boys. Esa era la llamada "Nueva Ola", que en nuestro país inspiró a gente de los medios de comunicación, como Alfonso Lizarazo y Carlos Pinzón, quienes convirtieron la Radio 15 de Caracol en la emisora de moda entre la juventud, dedicada a los nuevos ritmos americanos. Radio 15 organizó festivales que alcanzaron una gran popularidad entre los jóvenes de las clases medias y bajas de la ciudad, y que fueron plataforma de lanzamiento para cantantes como Harold (Mickey Mouse) y Oscar Golden, né Osorio (Cabellos largos, ideas cortas, Boca de chicle, Zapatos pompón).

 

lo largo de los años 60 el proceso de polarización espacial de la ciudad se acentuó. En los barrios populares de Bogotá se formaron pandillas con nombres como "Los Villanos", "los Yanquis", "Los Golden Eagles" y "Los Halcones". Mientras tanto, los jóvenes de la burguesía organizaban carreras nocturnas de carros en las avenidas del norte. Poco a poco se iba creando el medio para el surgimiento del rock criollo, con sus sectores emblemáticos: el Quiroga en el sur y Chapinero al norte.

Y también empezaron los problemas con la policía. Por ejemplo, en 1964, a la salida de uno de los festivales de Radio 15, un grupo de cerca de cien jóvenes se tomó las calles del centro de Bogotá, asaltó un camión de gaseosa, rompió vidrios de los buses, volcó recipientes de basura y corrió de calle en calle mientras la policía lo perseguía.

Los jóvenes go-gos son sólo los últimos y los menos importantes de una larga lista de enemigos en la mira de la represión oficial. Hay paros estudiantiles en muchas universidades, la operación Marquetalia genera una ola de indignación nacional e internacional, hay marchas de protesta desde Bucaramanga y Medellín hacia Bogotá, el Ejército de Liberación Nacional hace su debut con la toma de Simacota el 7 de enero de 1965 y el cura Camilo Torres Restrepo presenta la plataforma del Frente Unido en un homenaje nacional el 22 de mayo. Aprovecha la ocasión para dirigirse a los estudiantes universitarios:

«La sociedad nuestra es una sociedad burguesa. Los estudiantes participan subconscientemente de los valores de esta sociedad aunque concientemente los repudien. Una forma de repudio exterior de esos valores se manifiesta en los vestidos pobres y raros, en la barba y en las costumbres antitradicionales de muchos universitarios. Sin embargo, la imagen de lo que debe ser un profesional sigue siendo una imagen burguesa. El profesional, el doctor, debe estar bien vestido, vivir en una casa o apartamento bien amueblado, tener automóvil, tener oficina bien equipada, con sala de espera y secretaria. Es decir, puede que la persona esté vestida con sandalias, suéter largo, barbas, sin peinarse y con libros existencialistas bajo el brazo, pero al mismo tiempo piensa que él, como biólogo, como médico, tendría que andar con auto, paraguas y sombrero hongo».

«Preferible que ninguno de ustedes tuviera barba, pero que vivieran en barrios obreros; preferible que no se vistieran distinto por gusto, sino que por necesidad se vistieran como los obreros, por no haber encontrado un empleo debido a sus ideales revolucionarios».

Son momentos intensos. Y en medio de tantas convulsiones, un poco al margen de ellas, aparece el primer producto objetivado (como diría Marx) del rock colombiano.

Aunque podríamos remontarnos al Very, very well de Antonio Fuentes (finales de los 50); a éxitos como El twist del esqueleto y El twist del guayabo de los Golden Boys (comienzos de los 60), que hicieron furor en medio del auge de la cumbia "corralera"; y -por último pero no menos significativo- al merecumbé-rock'n'roll apropiadamente titulado Carlos Pinzón de Lucho Bermúdez; en el sentido estricto del término, el primer disco colombiano de rock apareció en 1965: un sencillo de 78 RPM de los Speakers, editado por Discos Vergara, con La Bamba (el son jarocho que Richie Valens había convertido en éxito de rock en diciembre de 1958) y El golpe del pájaro (tema de surf de los Trashmen, banda de Minneapolis cuya discografía es materia de culto entre los conocedores hoy día).

El primer LP de los Speakers, que salió al mercado poco después, incluía otra versión de los Trashmen: El rey del surfin, tomada también del codiciado LP Surfin' Bird de 1965. Los instrumentales Ciudad sumergida y El twist de los siete hermanos eran tomados del grupo español Los Relámpagos, entre cuyos integrantes estaban los afamados compositores J.L. Armenteros y P. Herrero, quienes fueron después autores de innumerables éxitos de cantantes hispanos de los 70 (y cuando digo hispanos me refiero a los cantantes de la península ibérica, no a la orquesta tropical del mismo nombre).

Otros grupos adaptados por los Speakers fueron los ignotos Hullaballoos, grupo "bamba" (nada que ver con la canción de Valens) de la invasión británica. Sus temas, compuestos por los norteamericanos Kornfeld y Duboff reunían elementos del beat inglés con el estilo de Buddy Holly (el de gafas, sí, el que murió en el mismo accidente aéreo que... ¡otra vez! el chicano Valens). De ellos se escogió Did you ever. También estaban los británicos Dave Clark Five con Puedes ver que ella es mía, y el tema hebreo Dona Dona. No podían faltar los Beatles con I need you y Every little thing (el primero del álbum Help! de 1965 y el segundo de Beatles For Sale del 64, pero que presumo escucharon en el Beatles VI de 1965 porque Colombia recibía la discografía estadounidense). Completaban el disco dos composiciones originales: la instrumental MS 63-64, de Rodrigo García, que interpretaba el armonio y el pianifás (que era sencillamente el piano tocado directamente en sus cuerdas, sin usar el teclado), y Tendrás mi amor, compuesta por el mismo autor, junto a Humberto Monroy, quien fungía como cantante.

El mentado Rodrigo García era un español, de Sevilla, que además llegó a ser miembro del Ejército de Liberación Nacional, según lo cuenta Olga Behar en Las guerras de la paz. En su faceta de guerrillero internacionalista, habría llegado a participar en el primer secuestro aéreo del país y al parecer habría muerto años después combatiendo en Centroamérica. Pero según varios entrevistados, y fuentes documentales españolas, al disolverse los Speakers, Rodrigo regresó a España, donde participó en un disco de la conocida banda Los Pekenikes (realmente en una operación montada por la disquera sin contar con los auténticos integrantes del grupo), en el que encontramos el psicodélico Tren transoceánico a Bucaramanga. Luego, en los 80, aporta una canción de su autoría, Lily, a la banda de rockabilly Bulldog.

Queda entonces en el aire el interrogante sobre quién fue el Speaker aeropirata. Los indicios pueden apuntar al primer baterista Fernando Latorre, o a su sucesor Edgar Dueñas, quien abandona el grupo en 1967, fecha desde la cual se pierde su rastro…

Este guerrillero go-go, sea quien sea, logró ingresar incluso al Palacio de San Carlos, sede del presidente Carlos Lleras. Pero esto sería después de llegar a la cumbre de su popularidad (la de los Speakers, no la de Lleras), cuando La casa del sol naciente, su segundo LP, recibió el disco de plata por vender la astronómica cifra de quince mil copias. Entonces llegaron a ser conocidos como "los Beatles colombianos". No es curioso: su segundo disco contenía ya cuatro temas que los de Liverpool habían hecho famosos. Lo demás: el tema que daba título al disco, tomado de los Animals, Satisfaction de los Rolling Stones, Juanita Banana de los Peels, Todo está bien de Gerry and the Pacemakers y Campanas de libertad de Bob Dylan. La cuota original corría por cuenta de una balada de Luis Dueñas y El profeta habla del fin de García, con una letra de corte nadaísta.

Lo que ganaron en popularidad, lo habían perdido en estilo, si no en originalidad. Sin embargo, eran lo más audible de la capital, pues sus inmediatos competidores, los Flippers, estaban más interesados en demostrar su virtuosismo y sus costosísimos equipos, de $350.000 de la época y traídos de Miami. Los Speakers, por su parte, habían tenido que fabricar sus guitarras y amplificadores (e incluso un tiple eléctrico) de forma artesanal.

De la mano de estos grupos emblemáticos, la onda go-go se puso de moda en Bogotá en 1966, cuando Estados Unidos ya preparaba su respuesta a la invasión británica, y la moda del Swingin' London entraba en franca decadencia, como antesala del verano del amor de 1967, que giraría alrededor del hippismo californiano. Otros grupos criollos sacaron discos con relativo éxito: los Ampex, los 4 Crickets, los Young Beats y los famosos Yetis, de Medellín, quienes se beneficiaron de ser el único grupo "rebelde" de Medellín (a pesar de su notoria extracción de clase burguesa), en el momento en que los nadaístas de Gonzalo Arango, de Amílkar U, de Jotamario, etc., tenían como base el Café Metropol de esa ciudad. Su fama se debe no tanto a la modesta calidad de la propuesta musical del grupo como a su ubicación geográfica.

Otros grupos de la misma onda nunca llegaron a grabar: 2+2 (con el después reconocido DJ Willie Vergara y Diego Betancur, el hijo de Belisario que después militó en el MOIR) y Los Playboys (con el bajista Chucho Merchán). Pero la locomotora de la onda go-go criolla sería el famoso Club del Clan.

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*David Moreno es músico, periodista y sociólogo. Artículos como este pueden encontrarse en http://www.estudiocaos.com/molodoi64/

 

 
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