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Televisión y melodrama: Un encomio
Sergio Roncallo Dow

Más allá de las, según algunos, hoy anacrónicas visiones platonizantes de la imagen y de las críticas culturalistas y alienantes que pretendan hacerse, resulta innegable que la televisión se ha convertido en el medio de comunicación hegemónico y que su influencia se extiende a lo largo y ancho del entramado social. La contraposición entre una cultura letrada y una cultura televisiva parece haber perdido su vigencia pues, hoy por hoy, resulta impensable una pertenecer-a, un ser-social desvinculado de la experiencia televisiva.

Para comprender esto resulta necesario liberarse de los pre-juicios, desatar los grilletes que nos mantienen prisioneros en lo más profundo de la Caverna e intentar hacer una aproximación inteligente a la televisión, lugar de lo público y lo privado, lugar de lo visible y, podría afirmarse hoy, lugar de lo que existe. En efecto, la televisión, como lugar de lo visible se ha convertido en un escenario de convergencia de todos aquellos actores que forman parte de la vida en sociedad, de los miembros de la colectividad. Desde el político hasta el ama de casa, pasando por el fanático religioso y el amante del ocultismo, la televisión es el vehículo de visibilización del existir en medio de una realidad donde la comunicación masiva juega un papel protagónico.

Todavía, es imprescindible aclarar que al hablar de televisión no estoy haciendo referencia a dos canales que monopolizan la circulación de la información; apunto a las grandes posibilidades que han abierto por un lado los canales regionales y comunitarios como espacios de participación de las minorías y de los sectores periféricos de la sociedad (léase aquí quienes no tienen los medios para hacerse visibles en un canal privado-comercial), por el otro la (relativamente fuerte) masificación de la televisión por suscripción que ofrece al receptor una multiplicidad de opciones que abarcan los más disímiles intereses. En medio de esta lógica televisiva-social resulta claro que somos una sociedad de corte audiovisual que busca sus referentes al otro lado de la pantalla y que, a partir de ellos, se da la construcción del sentido y las identidades.

Según Omar Rincón “estos tiempos se encuentran marcados por las políticas de la inestabilidad y las imágenes de la ambigüedad. El sujeto se pone en escena para estar en sociedad y cuando regresa a casa solo, se encuentra consigo mismo y no sabe quién es” (2002: 15). La idea de Rincón resulta, sin duda, seductora y plausible en medio de una realidad mediática en la que la profusión de la información y las continuas decodificaciones a las que se ve obligado a asistir el sujeto en la cotidianidad, nublan y constriñen la construcción-afirmación del Yo. A pesar de la verosimilitud que subyace la idea de Rincón, la visión del sujeto confundido y atolondrado resulta, a mi modo de ver, un tanto apocalíptica. La idea inicial de Rincón, a la que acabo de referirme, resumiría, de algún modo, la posición de críticos como Baudrillard (1978, 1984, 2000) y Bourdieu (1996) quienes se muestran escépticos y temerosos frente a la influencia de la imagen y a la hegemonía de los medios como la televisión insertados en la cotidianidad de los sujetos.

La salida de la Caverna supone una (re)interpretación de la idea de la televisión como vehículo cultural y un acercamiento a ciertas estructuras audiovisuales que se insertan como parte fundamental de la constitución del sujeto. Así, la liberación de los pre-juicios de la que hablaba hace un momento apunta a un repensar la idea de la televisión y a no considerarla como un dispositivo menor dentro de la difusión cultural.

Este último punto se hace más claro cuando se piensa en la ficción televisiva. El género ficcional por excelencia en Latinoamérica es la telenovela que tradicionalmente es concebida como un relato vacuo, intrascendente, como una objetivación del sin sentido y, muchas veces, del mal gusto. Esta visión tradicional de la telenovela es el resultado de una visión intelectualizada de la televisión que busca en ella cierto tipo de contenidos “con mensaje” y “con fondo” que parecen escapar a las lógicas estéticas, a las narrativas y a los contenidos propios de la telenovela. Ahora bien, esta perspectiva dogmática y en algunos casos superficial resulta reduccionista pues desconoce elementos culturales presentes en este tipo de ficción televisiva.


 


 

La telenovela refleja condiciones, personajes y situaciones propias de la realidad; es un vehículo para mostrar, con un toque de ficción, en mundo en el que nos movemos y en el que vivimos. Allí convergen los personajes del día a día, los marginados, los invisibles y adquieren un status de alteridad. La telenovela es un escenario en el que se da un ejercicio democrático, es el plató para que los tradicionalmente vencidos se muestren como vencedores. Basta pensar en la reivindicación que, para un cierto tipo de sujetos, significó una novela como Yo soy Betty, la fea (2000): ruptura de pre-juicios estéticos, de encarcelamientos sociales y de marginalidades laborales; demostración ficticia de que las grandes personas no nacen, se hacen ellas mismas; mensaje esperanzador para muchas mujeres que compartían las características de la protagonista. ¿Las imágenes mienten? ¿Son ilusiones y velan lo real? Creo que no. La telenovela, Betty en particular, a través del melodrama logró hacer visible y dar un cierto grado de realidad a una opinión reputada (1), a algo que todos podrían aprobar: allí, en la telenovela, la utopía cobró realidad. La televisión es el lugar de lo que existe.

Hay aquí, además un reencuentro con la cotidianidad, la telenovela tiene la propiedad de mostrarnos que lo cotidiano también puede ser interesante, que en las relaciones interpersonales, laborales, familiares no son tediosas. La telenovela da al sujeto la posibilidad de emprender nuevas aventuras semióticas. Esta semiótica (que hace el sujeto) de la vida cotidiana abre las puertas a una comprensión de la recepción y de la interpretación en términos mucho más interesantes, pues parafraseando a Jesús Martín-Barbero, se pierde el objeto (propio de la concepción mediacentrista e intelectualizada, de la que aquí pretendo alejarme) para ganar el proceso, el qué y el cómo que se hallan inmersos en el día a día. Martín-Barbero sostiene que si bien la cotidianidad muchas veces es tenida como algo insignificante desde una óptica enfocada en las lógicas de producción, es patente que allí se abre el camino a nuevos relatos, a nuevas visiones de lo social (1987: 93 y ss.).

No he pretendido aquí se exhaustivo, sólo quisiera dejar claros al menos cuatro puntos:

1. Es necesario abandonar los pre-juicios y comprender que la televisión es parte fundamental/ fundacional de nuestra vida.
2. Esto no se puede ver en términos de oposición entre una cultura letrada y una cultura audiovisual.
3. Se requiere, por tanto, una superación de las concepciones platonizantes de la imagen y de la influencia de los medios entendidos como el escenario del simulacro.
4. La ficción televisiva, en particular la telenovela, no debe ser analizada desde el lugar común y se debe propender por una búsqueda un poco más minuciosa dentro de sus contenidos estéticas y narrativas.


Referencias (citadas y mencionadas)

· Baudrillard J, (1978). Cultura y simulacro. Kairós. Barcelona.
· ___________(1984). Las estrategias fatales. Anagrama. Barcelona.
· ___________(2000). Pantalla total. Anagrama. Barcelona.
· Bourdieu P. (1996). Sobre la televisión. Anagrama. Barcelona.
· Martín-Barbero, J (1987). De los medios a las mediaciones. Comunicación, cultura y hegemonía. G. Gili. México.
· Rincón, O. (2002). Televisión, video y subjetividad. Norma. Bogotá.


(1) Las grandes personas no nacen, se hacen ellas mismas.



*Sergio Roncallo Dow es filósofo, músico y escritor. Entre sus innumerables aportes a la cultura se encuentran Pollito Chicken, reconocida banda bogotana, Los Gemelos Fantásticos y, más recientemente, Los Pusilánimes y los Hermanos precarios. Por si esto fuera poco Sergio es colaborador ad honorem de La Silla Eléctrica como productor musical, locutor y escritor.

 

 
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