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Como de telenovela
Parte I
David García

Estuve pensando todo el día en el sueño que tuvo mi abuela. Esta mañana raudo abandonaba mi casa, con el peso del desvelo en mis ojos y con el reloj traidor insinuándome a un compás de 60 segundos lo infructuoso de mi esfuerzo por preparar ese parcial salvador de lo que tristemente para mis padres puede ser un semestre fallido. Me aventuré con toda la esperanza del caso hasta el paradero, mientras esperaba, mentalmente hacía el inventario de teorías, conceptos y ejemplos que poco a poco iban cobrando la imagen de un radiante y siempre redentor 5.0.

Mis desconocidos vecinos iban desapareciendo maquinalmente en los distintos vehículos que los acercaban a sus destinos, y que conforme pasaba el tiempo daban la impresión de alejarme a mí del mío. Me senté en la desolada banca y con la resignación de un cigarrillo recapitulé mi situación; si esta vez había cumplido devotamente con mis deberes, ¿porqué razón no me desperté a tiempo?; la iluminación, a diferencia del bus que debía llevarme a la universidad, llegó; mi hasta ahora inexpugnable despertador natural había fallado, mi abuela nunca me despertó con sus insoportables frases de cariño a las cinco de la mañana. Arrojé la colilla y con paso descansado e irreprochable volví a casa, la culpa no era mía.

No había señales de ella por ninguna parte, la cocina estaba casi igual de desecha como mi cuarto prueba inequívoca de su ausencia, descaradamente me dirigí a su habitación para recitarle en la cara las teorías, los conceptos y los ejemplos fallidos. Estaba en la cama pero no dormía, era una actitud bastante sospechosa - como de culpable -, de las cobijas sólo sobresalían miedosamente sus dedos y sus ojos como en una escena de película de suspenso de bajísimo perfil; para desgracia mía eso le daba un giro radical a la situación. Con desconfianza me pidió que me sentara junto a ella pues tenía que contarme algo muy grave, - la hora ha llegado, pensé -, no tuve tiempo para profanar el “intocable” nombre de los irresponsables e impuntuales chóferes de esta ciudad quienes sin duda ahora eran los culpables de todo, - y yo que antes renegaba de la abuela, ¡qué injusto Dios mío!-

Un lastimero hilillo de voz se abrió paso desde la profundidad de las cobijas y me dijo: “mijo, anoche tuve un sueño”. Respondí con un suspiro y con una mirada inquisidora, ya sabía lo que se venía, una de “esas conversaciones con la abuela”; qué balance tan desafortunado para la mañana de un solo día; pero ¿cómo podía adivinar yo lo escalofriante, desalentador, y sin duda revelador, de su sueño?

Con mucho esfuerzo transcribo a continuación lo que ella me contó (o por lo menos las partes menos escabrosas, espero que usted señor lector sepa disculpar mi cobardía, pero en verdad es espeluznante; sin embargo, me veo obligado a hacer algunas acotaciones para que se puedan entender mejor sus delirios). “... ya había dejado las ollas listas para que cuando mijo llegara el almuerzo estuviera caliente, cuando iba a encender el radio recordé que hace mucho dejaron de transmitir las radionovelas...” - se refería obviamente a esas primas “lejanas y malmiradas” de lo que en algún momento se podía llamar la telenovela colombiana; cómo olvidar tantos almuerzos a la luz de los estremecedores relatos de “La ley contra el hampa”, o como empuñábamos con valentía tenedor y cuchillo para socorrer si fuera necesario al buen “Kaliman”, claro, ésas son las que

yo recuerdo; sin duda mi abuela había soñado con sus tiempos mozos caracterizados por una forma pura de narrar, era cuando desde los estudios se desarrollaba toda la acción en vivo y en directo, las actrices lloraban en los estudios, la música incidental se tornaba accidental y las cortinillas servían para releer las líneas y retocar los tonos dramáticos en la voz; para los oyentes la expresividad sonora subyugaba por completo la corporeidad de los protagonistas, la calidad y el valor narrativo y argumental residían por completo en los ritmos y los tonos que despedían los radios y no en la voluptuosidad (léase “siliconeidad”) que ahora determina la proporción del talento del actor . Me dejé contagiar por los delirios de mi abuela y empecé a imaginar cómo se preparaban los artistas de aquellos buenos tiempos, ¿acaso con un reality?, claro!!!, “Protagonistas de radionovela”, ... no, esperen, seguramente el fracaso hubiera sido total sin los “artistas” en paños menores y sin las escenas seudoeróticas, en fin, en qué estaba pensando... -

“... entonces me fui para la sala a ver las noticias, cuando encendí el televisor ya no estaba el presentador de antes... – busqué justificar la desaparición de este personaje pero preferí guardar silencio pues mi teoría era bastante absurda, inventé que había dejado de informar sobre “las noticias más importantes de Colombia y el mundo” para dedicarse a presentar un concurso de lo que a él día a día le decían los mismos 100 colombianos acerca de las cuestiones más trascendentales que no cualquier ser humano podía idear, como por ejemplo los piropos más comunes, las formas de preparar un huevo, etc. - ...ahora salía una señorita lo más de bonita y me acordé que ya había salido antes en la televisión, no ve que era una de las candidatas del reinado de hace como tres años; al principio creí que me había equivocado de programa porque se quedaron hablando casi una hora que de la nueva tendencia de verano en Italia, que los novios de ¿cómo se dice?, ¿Bricni Espirs?, – seguro las aclaraciones sobran, la nunca suficientemente ponderada “Princesita del Pop” – que de las cualidades energéticas de una fruta que yo creo que por aquí no se da, que uno de esos políticos salió despeinado a hablar ante las cámaras y un poco de cosas que uno ummmm!, claro que la señorita estaba haciendo el programa desde el Museo de los Niños, lastima que no entraba, se quedaba casi toda la hora al pie del muñeco ese que hay en la puerta; al final recordaban que ese sí era el noticiero y que por la noche volvían con más noticias; menos mal en el sueño no volvió a aparecer porque si no...” – la verdadera sustancia de los noticieros, la sempiterna sección que adoptó de la manera más desafortunada el concepto americano del nimio “entertainment”, pero no se equivoquen, recuerden que estoy relatándoles el sueño de mi abuela, espero que a estas alturas no estén comparando, ¡faltaba más!; según lo que me contó en los noticieros de sus sueños se le brindan diez o a lo sumo quince minutos a la información nacional, incluyendo la “nota amable”, ese ejemplo de la socavada imaginación de los colombianos en la natural economía del rebusque; luego aparece un nuevo y más macabro personaje que se encarga de demostrar sin escatimar esfuerzos su “desbordado conocimiento” en todas las ramas deportivas, empieza su cátedra con apuntes futbolísticos y después de hablar atropelladamente de nuevas disciplinas desconocidas para todos, excepto aparentemente para él, cierra su intervención magistralmente con más comentarios futboleros, finalmente da paso a los inacabables minutos “más entretenidos” de la televisión aquí, verbigracia, en los sueños de mi abuela... –

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La Silla Eléctrica es un desaparecido programa de la Radio Nacional de Colombia en su frecuencia Radiónica. Ahora es una especie de portal o algo parecido a eso.
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