Decidió
abrir un paquete de papas Súper Ricas y dejar a un lado
el jugo de naranja Tampico al lado de una bolsa amarilla, como
esas que daban en el mercado del calzado de Unicentro, de esas
amarillas con manijas de plástico negras. El estadio estaba
mudo hasta que él, en su grandeza e inocencia, rompió
el sepulcral mutismo: “ESTE MINUTO DE SILENCIO ES PARA MI
AMIGO ALBEIRO USURIAGA”.La gente lo miró como si
estuviera loco.
Dos mujeres, muy bonitas, hacían
la típica cara de ¿pero-quién-se-atreve-a-pronunciar-palabra-en-un-momento-como-este?
Y no dejaron de mirarlo mal durante todo el aguacero que mezcló
entre la borrasca un enfrentamiento entre el Chicó y el
América.
Tal vez ellas pensaban que el hombre apoyaba
su grito herido y destemplado en la partida de un ídolo,
pero ah, ¡qué equivocadas estaban esas mujeres! tan
lindas y tan poco pendientes de lo que pasa dentro de una cancha
de fútbol. Solo miraban con rabia al mono espaldón,
de unos 45 años, cara atomatada, de ojos azules escondidos
entre unas gafas anacrónicas y de vestido azul con corbata.
Lo mismo hacían unos amantes que confundieron las gradas
del estadio con una residencia barata, de las que tiene bombillo
rojo, olor a vómito, planta de sábila y helechos
varios a la entrada.
Un ignoto más entre la tribuna,
al menos eso era para todos los que estaban ubicados en occidental
numerada. Un personaje como cualquier otro. Hasta que volvió
a gritar: “ME DOY LA BENDICIÓN, COMO JORGE HERNÁN
HOYOS Y ¡COMIENZA EL JUEGO!” y seguía con su
letanía desesperante, pero atrapante. Era todo un narrador
de fútbol escondido entre los hinchas. Incluso (para no
hablar de desprolijidades en estos tiempos donde los medios de
comunicación buscan las técnicas más avanzadas)
empuñaba una grabadora Sony en donde hacía su transmisión
imaginaria. ¿Quién recibía su voz? Ni las
ondas hertzianas del hades estaban en sintonía con él.
¿Este de dónde se escapó:
del Julio Manrique o de la Montserrat? preguntaba Max Gómez,
mi compañero de silla, y en esos momentos se vinieron las
imágenes de Raúl, un tío abuelo, que, al
sufrir una parálisis cerebral, tomó el vicio de
transmitir las carreras de caballos desde su silla de ruedas.
Una vez, en su letargo natural fue capaz de decirle a unos apostadores
malencarados en la 19 con 9ª que el ganador de una carrera
iba a ser “Promesera” y ese día la pobre yegua
corrió como si hiciera parte del reparto de “Mi Pequeño
Pony”. En venganza por el dinero perdido, le reventaron
todos los huesos del cuerpo a golpes y no volvió a la casa
en tres días por miedo a ser asesinado por los caracortadas
que tenían el mismo gesto de las lindas mujeres que observaban
al narrador en Occidental.
Entre esas cavilaciones, de nuevo habló
el hombre de la grabadora: “ADELMOOOOOOO, ¡SÁQUELA!.
LES HABLA EL AHIJADO DE WILLY VINASCO CH, QUE TODO LO HACE CON
CACHÉ…” ¡Coño, el ahijado de Willy
(ni siquiera el respetuoso William o el lobísimo “compañero-compañero”,
con el que es conocido el paupérrimo pero popular narrador,
estaban en su léxico), Vinasco Ch estaba ahí, devolviendo
la cinta para oír su relato mientras seguía narrando!
Como transmitiendo por celular.
|
Nadie,
a esa altura del partido, entendía las razones que llevaban
a este hombre a seguir narrando a los alaridos, con largos intervalos
que hacían que el silencio apareciera por sorpresa, como
cuando se tiene hipo y al ya acostumbrase a la sensación
el maldito diafragma decide quedarse quieto. De pronto se mandaba
una nueva bocanada de papas sabor pollo y leía una pauta
comercial, que habla muy bien de sus contactos para financiar sus
espartanas transiciones radiales: “MADERAS, MADERAS PALOÉ,
CASETÓN GUADUA EN EL INSTITUTO MUNICIPAL DE RECREACIÓN
Y DEPORTE DE SOACHA, CUNDINAMARCA Y EN LA PARROQUIA DE SAN JERÓNIMO”.(¿?¿?¿?¿?¿?¿?¿?¿?¿?¿?)
Después de saludar
efusivamente a Eliécer Ballén, a Ricardo Alfonso,
a Juan Pablo Machado y a cuanta cara conocida había, empezó
a contar su vida, pero porque yo se lo pedí. Cuando me explicaba,
leyendo al pie de la letra la hoja de vida que tenía en la
bolsa amarilla, que su hija, a la que le dice “La Ratona”
no estudia porque tiene ocho meses y que sus amigos son “Paché”
Andrade, “El Mundialista” Oscar Julián Ruiz y
“Bolillo” Gómez, le echó el brazo, como
si se conocieran de años, a Lucas Jaramillo, delantero del
Chicó, y lo encaró: “Cuéntele a él
de mi trayectoria, del ahijado de Willy Vinasco Ch”.
Lucas nunca se vio tan pálido,
ni cuando el “Flaco” García, argentino del América,
lo molió a patadas en un juego. El delantero hizo lo correcto
y con respeto: “Yo no sé de su trayectoria hermano,
más bien pregúnteme por la mía que esa sí
me la sé”.
Para alguien susceptible,
la frase de respuesta de Lucas podría sonar a desplante con
pelea del Bronx incluida. No, el tipo siguió contando su
historia y Jaramillo prefirió irse a buscar una silla que
no estuviera mojada. ¿Detalles? Es dueño de la maderería
de su padre, “Maderas Paloé” (se sabía
que la pauta debía de ser de alguien conocido) ubicada en
el municipio de Soacha, Cundinamarca (una frase que es un pie de
página en todo su relato) y que tenía una entrevista
de trabajo en trámite en Radio Rumbos.
El domingo estaba de nuevo,
transmitiendo con su grabadora el juego Millonarios-Caldas y la
alegría fue profunda. Con su grabadora y su casete ya aburrido
de grabar y desgrabar su temblequeante chillido y el bombillo de
batería titilando. Era una imbecilidad y una locura no fijarse
en él. Periodistas y practicantes pasaron por alto su presencia
y algunos lo tildaron de orate de manicomio. Y seguramente tenían
razón, pero cada quién tiene sus taras. Hablar con
él fue la mía.
Un último relato
del desconocido maestro Juan Carlos Portilla Abril: “UN SALUDO
A MI HERMANO, QUE JUGÓ EN SANTA FE, LO COMPARABAN CON ERNESTO
DÍAZ Y LE DECÍAN EL “LOCO”.
*Nicolás
Samper Camargo ha escalado la pirámide laboral en forma inversa.
De codirector de un periódico (Nor Gerper) ha pasado a ser
un prístino lacayo de los medios de comunicación.
Ha pasado por redacciones disímiles (El Tiempo, MeQuedo.com
y Futbolred.com) y aunque goza de la reportería, prefiere
quedarse encerrado en su casa como lo hacía uno de sus ídolos,
Lucas Caballero "Klim".
|