Con el boom
de la cirugía plástica en realities,
y unas pacientes enloquecidas por vencer el síndrome de
la fealdad, la pregunta es, ¿a dónde vamos a llegar?
La salud mental peligra.
Ayer,
y desde hace más de un mes, tengo una espina en la cabeza
causada por los nuevos formatos de reality que cada vez
me asombran más. Hablo en particular, de programas como
Cambio extremo, el heredero criollo de los norteamericanos
Extreme Makeover, Dr.90210 Beverly Hills, o
The Swan, este último nombre tomado del gran cuento
de hadas, El patito feo, que no merece ser usado para
tan despreciable programa...
El tema central: la cirugía plástica.
A simple vista, no suena tan dañino. “¡Ah,
sí! Debe ser gente que requiere de una intervención
por necesidad, como quienes están enfermos de obesidad
mórbida, o tienen una nariz que no los deja respirar, o
se quemaron la cara en un accidente y quedaron como el fantasma
de la ópera”. Lamentablemente esto no es así
y todos los sabemos. El motivo de las cirugías es vanidad.
Sin embargo, lo triste para mí
no está en que pongan una nariz respingada o dos kilos
de silicona desinflable en el cuerpo de la gente, sino que utilicen
y muestren a estos personajes como seres perturbados en su psique
y dependientes de esta cirugía para que su vida pueda continuar
y así al día siguiente no se tomen un Racumín
con el fin de suicidarse. Qué triste. Yo misma me siento
perturbada.
De hecho, se me han quedado grabadas ciertas
frases de las pacientes que participan en estos programas. Alguna
dijo: ¡Ahora sí mi novio me pidió en matrimonio!.
Como quien dice: “Si no me hubiera hecho esa cirugía
este señor me habría mandado para la paila mocha”
o, “este señor no me quiso mientras estaba fea, pero
ahora sí”. Me hubiera gustado decirle a esta mujer;
“Señora: ese tipo no la quiere si le pidió
matrimonio después de verla bella, supuestamente”.
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Otra
mujer, en un reality norteamericano dijo antes de la cirugía:
“¡Soy muy fea. De seguir igual tendré que decirle
a mi esposo que nos divorciemos porque vivo muy mal viéndome
fea.!” Así que por ser fea, ella no merece estar casada,
ni nada en el mundo. La señora tenía un marido y un
hijo que la adoraban.
Y dicen los médicos
que para someterse a una cirugía de esta envergadura es necesario
que el paciente pase por un psicólogo. Me pregunto qué
tipo psicólogo vio a estas pacientes antes de salir en la
televisión. Imagino que son parientes directos de Freddy
Krugger.
Muy bien. Y entonces, los pobres de nuestro país, que son
la mayoría, y que apenas si les alcanza para la leche del
desayuno, si es que no toman aguadepanela, y que van a una EPS,
y ésta no les responde ni por un acetaminofen ni un examen
de hemograma, ¿van a tener para una cirugía plástica?
Qué bueno que hicieran un reality donde la gente
que se está muriendo de cáncer recibiera un tratamiento
médico gratis, o los niños que tienen hambre tuvieran
estudio, comida, y que a miembros de la infancia abandonada del
país se le designaran unos padres adoptivos que los quisieran
además de un techo dónde vivir dignamente,
Ya sueno a reina de belleza.
No sé. Es una vaina jarta. Y no lo digo como si nunca viera
estos programas, porque los veo, y de hecho todo lo digo con conocimiento
de causa. Esos espectáculos hipnotizan, pero más aún,
perturban, porque nos muestran que la pinta no es lo de menos, y
–si eres gordo eres feo– aunque “lo que importa
sea el interior” ese interior se te debe “ver bien”,
porque recuerdo a otra mujer que salió la vez pasada en estas
cirugías diciendo, “yo soy bella interiormente, pero
mi exterior no me dejaba ver la belleza interior que tenía”
Con esa elocuente premisa, ¿qué esperanza nos queda
a todos? Por favor...
*
Doña Alcachofa es, en sus palabras, una habitante más
de este planeta sobrepoblado.
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