Si
hay algo que debamos agradecer a los emprendedores e infatigables
empresarios colombianos de la nueva camada es su obsesión
por impedir que nuestro país se estanque en el tercermundismo,
mal que por desgracia aflige a la gran mayoría de las naciones
del sur del continente, poniéndonos a la altura de los
grandes vivideros del mundo. Es así como las ciudades colombianas
del siglo XXI, nada tienen que envidiarles a Miami, Paris, Boston
o New York.
En
las siguientes líneas queremos hacer mención de
los esfuerzos de estos protohéroes de la patria. Gracias
a su capacidad de imitar y superar al modelo original, se ha venido
despertando el interés de los inversionistas extranjeros
por nuestro mercado, y ha llegado, tardía pero eficientemente,
la tan anhelada globalización a este sufrido país.
Son pues de alabar los muchos esfuerzos por internacionalizar
nuestros productos autóctonos, trazando toda una estrategia
de “merchandising” que partió de la evolución
lingüística de nuestras otrora precarias y provincianas
palabras.
El tradicional raspao, por ejemplo, ha logrado un significativo
cambio en su imagen original -algo pasada de moda- gracias a su
nueva denominación: Snowbiz Shaved Ice. Como consecuencia,
este singular producto ha salido de las plazas publicas de los
balnearios de Melgar, Girardot y Carmen de Apicalá para
posicionarse en el exclusivo Parque de la 93 y hacer las delicias
de la distinguida clientela, quien ya no tendrá que avergonzarse
al decir: “Deme un raspao de limón con leche condensada
y miel de abejas (con abeja incluida)”. Ahora, gracias a
dicha innovación podrá decir con la frente en alto:
“Oye... ¿Me regalas un Lemonade Snowbiz Shaved Ice
with condensed milk, honey and bees included?”.
Por
otro lado, muchos visionarios y jóvenes hombres de empresa
han fusionado el concepto norteamericano del fast food con el
criollísimo mecato. De esta forma los habituales y pacíficos
aficionados al fútbol bogotano ya no tendrán que
soportar las pestilentes teas fumíferas provenientes de
las grasosas viandas preparadas a la entrada del estadio El Campín,
sino que gozarán de lo mejor de dos mundos en Mecato Fast
Food. Ideas como esta han abierto el camino para que el famoso
Palacio de Colesterol entre pisando fuerte al mercado internacional
mediante la franquicia The Cholesterol Castle que aparte de su
sede del Campín contará con sucursales en Trafalgar
Square, Fifth Avenue, Champs Elysee y el Paseo de la Castellana.
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Pero
estos no han sido los únicos logros en este campo. En el
bien conocido negocio de la rumba han aparecido iniciativas colonialistas
que merecen mención. Con una loable y sagaz actitud, los
grandes impulsadores de bares, discotecas, whiskerías, cantinas
y similares, han bautizado sus templos de la diversión con
bellos nombres que evocan a los más exclusivos locales de
Ibiza o Ámsterdam.
Grandes negocios han basado su éxito en la premisa de que,
como es lógico, suena mejor decir Up and down a Pa’
arriba y pa’ bajo o invitar a alguien a Pipe Line que al Oleoducto.
La industria del turismo ha hecho lo propio al entender las ventajas
de hablar del Chinauta Resort el Hotel California y hasta del Morrison
Hotel. Los centros comerciales con el Santa Bárbara Drive,
los gimnasios con el Body Tech Gym.
Las bebidas hidratantes criollas, émulas de Gatorade, con
Activade y Squash, la televisión con Sweet... el dulce sabor
del chisme (seguramente idea de su simpático presentador),
y hasta los colinos locales ya no ofrecen timoratos un bareto, quenco,
barillo o cacho, sino que dicen orgullosos “Oiga hermano…
¿Quiere un joint?”.
Capítulo aparte merecen aquellos ciudadanos de la noche que
a las antaño llamadas Raspadas de Fiesta” han decidido
denominar After Parties, o Afters, profiriendo frases tan sonoras
como: “Vamonos a un After.” ¿Se imagina usted,
señor lector, decir: “Vamonos a un Después”?.
¡Uy, de quinta!
Como van las cosas en pocos años podremos estar hablando
de una verdadera invasión colombiana a los mercados internacionales,
situación que no sorprende si tenemos en cuenta la magnificencia
de las iniciativas de esta nueva camada de patriotas ciudadanos,
quienes algún día, podrán morir tranquilos,
con la inminente satisfacción del deber cumplido, gritando
a los cuatro vientos que gracias a ellos, nuestra aporreada nación
logró recuperar su perdida identidad.
*Manuel
Francisco Carreño y Andrés Ospina son los verdaderos
nombres de Brando Maya y Pablo Cranach, coparticipes de innumerables
y fallidos proyectos individuales y en colectivo, entre los que
se cuentan El Utensilio, Morgan Records, Contrabanda, Paréntesis,
Poliarquía F.C. y Situación Crónica. Hoy son
directores del espectáculo radial La Silla Eléctrica
y escriben artículos por separado y a cuatro manos.
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