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Cool-ombia
Manuel Carreño & Andrés Ospina

Si hay algo que debamos agradecer a los emprendedores e infatigables empresarios colombianos de la nueva camada es su obsesión por impedir que nuestro país se estanque en el tercermundismo, mal que por desgracia aflige a la gran mayoría de las naciones del sur del continente, poniéndonos a la altura de los grandes vivideros del mundo. Es así como las ciudades colombianas del siglo XXI, nada tienen que envidiarles a Miami, Paris, Boston o New York.

En las siguientes líneas queremos hacer mención de los esfuerzos de estos protohéroes de la patria. Gracias a su capacidad de imitar y superar al modelo original, se ha venido despertando el interés de los inversionistas extranjeros por nuestro mercado, y ha llegado, tardía pero eficientemente, la tan anhelada globalización a este sufrido país.

Son pues de alabar los muchos esfuerzos por internacionalizar nuestros productos autóctonos, trazando toda una estrategia de “merchandising” que partió de la evolución lingüística de nuestras otrora precarias y provincianas palabras.

El tradicional raspao, por ejemplo, ha logrado un significativo cambio en su imagen original -algo pasada de moda- gracias a su nueva denominación: Snowbiz Shaved Ice. Como consecuencia, este singular producto ha salido de las plazas publicas de los balnearios de Melgar, Girardot y Carmen de Apicalá para posicionarse en el exclusivo Parque de la 93 y hacer las delicias de la distinguida clientela, quien ya no tendrá que avergonzarse al decir: “Deme un raspao de limón con leche condensada y miel de abejas (con abeja incluida)”. Ahora, gracias a dicha innovación podrá decir con la frente en alto: “Oye... ¿Me regalas un Lemonade Snowbiz Shaved Ice with condensed milk, honey and bees included?”.

Por otro lado, muchos visionarios y jóvenes hombres de empresa han fusionado el concepto norteamericano del fast food con el criollísimo mecato. De esta forma los habituales y pacíficos aficionados al fútbol bogotano ya no tendrán que soportar las pestilentes teas fumíferas provenientes de las grasosas viandas preparadas a la entrada del estadio El Campín, sino que gozarán de lo mejor de dos mundos en Mecato Fast Food. Ideas como esta han abierto el camino para que el famoso Palacio de Colesterol entre pisando fuerte al mercado internacional mediante la franquicia The Cholesterol Castle que aparte de su sede del Campín contará con sucursales en Trafalgar Square, Fifth Avenue, Champs Elysee y el Paseo de la Castellana.



Pero estos no han sido los únicos logros en este campo. En el bien conocido negocio de la rumba han aparecido iniciativas colonialistas que merecen mención. Con una loable y sagaz actitud, los grandes impulsadores de bares, discotecas, whiskerías, cantinas y similares, han bautizado sus templos de la diversión con bellos nombres que evocan a los más exclusivos locales de Ibiza o Ámsterdam.

Grandes negocios han basado su éxito en la premisa de que, como es lógico, suena mejor decir Up and down a Pa’ arriba y pa’ bajo o invitar a alguien a Pipe Line que al Oleoducto.

La industria del turismo ha hecho lo propio al entender las ventajas de hablar del Chinauta Resort el Hotel California y hasta del Morrison Hotel. Los centros comerciales con el Santa Bárbara Drive, los gimnasios con el Body Tech Gym.

Las bebidas hidratantes criollas, émulas de Gatorade, con Activade y Squash, la televisión con Sweet... el dulce sabor del chisme (seguramente idea de su simpático presentador), y hasta los colinos locales ya no ofrecen timoratos un bareto, quenco, barillo o cacho, sino que dicen orgullosos “Oiga hermano… ¿Quiere un joint?”.

Capítulo aparte merecen aquellos ciudadanos de la noche que a las antaño llamadas Raspadas de Fiesta” han decidido denominar After Parties, o Afters, profiriendo frases tan sonoras como: “Vamonos a un After.” ¿Se imagina usted, señor lector, decir: “Vamonos a un Después”?. ¡Uy, de quinta!

Como van las cosas en pocos años podremos estar hablando de una verdadera invasión colombiana a los mercados internacionales, situación que no sorprende si tenemos en cuenta la magnificencia de las iniciativas de esta nueva camada de patriotas ciudadanos, quienes algún día, podrán morir tranquilos, con la inminente satisfacción del deber cumplido, gritando a los cuatro vientos que gracias a ellos, nuestra aporreada nación logró recuperar su perdida identidad.

*Manuel Francisco Carreño y Andrés Ospina son los verdaderos nombres de Brando Maya y Pablo Cranach, coparticipes de innumerables y fallidos proyectos individuales y en colectivo, entre los que se cuentan El Utensilio, Morgan Records, Contrabanda, Paréntesis, Poliarquía F.C. y Situación Crónica. Hoy son directores del espectáculo radial La Silla Eléctrica y escriben artículos por separado y a cuatro manos.

 

 
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La Silla Eléctrica es un desaparecido programa de la Radio Nacional de Colombia en su frecuencia Radiónica. Ahora es una especie de portal o algo parecido a eso.
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