En
tiempos de Transmilenios, ciclorutas, bolardos y demás
novedades de la parafernalia metropolitana en esta Bogotá
de principios de siglo, cabe retrotraer algunas cápsulas
memorísticas, representativas de nuestra historia y hoy
ignoradas por muchos. Esto se justifica en parte, ya que gracias
a “sabias decisiones” ninguno de los lugares a continuación
mencionados existe en la actualidad:
1.
El Lago Gaitán:
En las inmediaciones
de donde hoy se erige uno de los más prósperos centros
comerciales en materias
computacionales, mercado persa de software pirata y demás
aberraciones cibernéticas, puede contemplarse con facilidad
un fenómeno topográfico que sin duda no deja de
sorprender –y hasta aterrar–. La mayor parte de edificios
que rodean la Carrera 15, entre las calles 75 y 82, sufren una
curiosa inclinación que los hace aparecer a nuestros ojos
como “al borde de las ruinas”.
La verdad es que hasta hace unos 50 años, este lugar era
la sede de un inmenso lago, circundado por un parque de diversiones,
propiedad –entre otros– del precursor de la cinematografía
en Colombia, Alfonso Acevedo Bernal.
El llamado Lago Gaitán era uno de los lugares de esparcimiento
preferidos por los cachacos por allá en los 30 y 40. Entre
sus atracciones se contaban una rueda de Chicago, paseos en bote
y económicos recorridos en monomotores. Por alguna razón
no queda vestigio alguno de su existencia, algo triste si tenemos
en cuenta que algunos representantes de la más pura raigambre
bogotana lo equipararían al “Conny Island”
newyorquino.
Su desaparición aún es digna de lamentarse y de
seguro debe haber culpables de tal depredación urbanística.
Pero esa es otra historia.
2. Tal vez somos más jóvenes:
Para efectos oficiales, la fundación española
de Bogotá no tuvo lugar el 6 de agosto de 1538, como solemos
pensar, sino el 27 de Abril de 1539.
Es
cierto que en 1538 Don Gonzalo Jiménez de Quesada erigió
doce ranchos alrededor de una iglesia en lo que hoy es el centro
de la ciudad (más un asentamiento militar que una fundación,
en el sentido estricto de la palabra). No fue sino hasta abril
del 39 que se trazaron los límites, se adjudicaron solares
y se nombraron alcaldes y regidores.
A diferencia de la primera fundación, la segunda sí
parece haber contado con la solemnidad que la ocasión ameritaba.
En cuanto a los lugares exactos de cada uno de estos emplazamientos
hay opiniones encontradas. El ritual religioso que antecedió
a la primera fundación pudo haberse oficiado en una desaparecida
capilla, unos metros al sur de la actual Catedral. Algunos afirman
que la liturgia se efectuó en la Capilla del Humilladero
en la esquina noroccidental del Parque Santander (antes conocido
como Plaza de las Yerbas), justo al frente del edificio Avianca,
capilla demolida en 1877 para efectos de “mejoramiento urbano”.
Otros la sitúan en la plaza hoy llamada Chorro de Quevedo
en donde de paso se encuentra una réplica de la mencionada
capilla.
En lo que respecta al lugar de la segunda Plaza Mayor, parece
no caber duda que es el lugar exacto de la actual Plaza de Bolívar.
El caso es que no se trata de una sola fundación sino de
dos, buena excusa para celebrar dos veces.
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3.
¿Por qué Chapinero?
A principios del siglo XIX Don Antón Hero Cepeda, natural
del puerto de Cádiz casado con una india de Usaquén
se hizo famoso por la fabricación de un tipo de calzado de
gruesa suela de corcho con el que las santafereñas aparentaban
mayor estatura y se protegían del lodo y la suciedad.
Denominados
“Chapines”, estos zapatos adquirieron gran popularidad
entre la aristocracia bogotana de entonces. El nombre parece tener
orígenes onomatopéyicos, provenientes tal vez del
sonido provocado por las suelas al tocar el piso. Si un fabricante
de zapatos debía llamarse zapatero, uno de chapines haría
lo propio llamándose “Chapinero”.
La "pequeña vivienda" y la fábrica de Don
Antón ocupaban un área de unas 150 fanegadas, bastante
más amplia que cualquier residencia corriente en la actualidad,
a unos cinco kilómetros de la vieja Bogotá. El sitio
exacto de la casa se hallaba en la actual Calle 59 con Carrera Séptima,
justo en donde hoy encontramos una estación de gasolina,
y, un poco más abajo, el famoso parque de la 60, epicentro
del hippismo criollo en los años sesentas, hoy remozado,
con muy escasa fortuna, por nuestro señor alcalde Antanas
Mockus.Así pues, cuando vayamos a Chapinero, merece ser recordado
el nombre de don Antón y sus otrora famosos zapatos.
4. El Parque de la Independencia.
Aunque hoy se conserva parcialmente, el Parque de la Independencia,
ubicado en el costado oriental de la intersección entre la
Carrera Séptima y la Calle 26, no es ni la sombra de lo que
alguna vez fuera.
La
historia nos cuenta que, con motivo de la celebración del
primer centenario de la independencia nacional, se realizaron en
la capital diversos eventos de relativa majestuosidad. Entre ellos
se encuentra la erección de uno de los más espectaculares
parques de cuantos Bogotá ha visto.
La
idea era la de construir un conjunto de edificios en los que se
representaran cada uno de los logros de la humanidad en toda su
historia. En ese orden de ideas se erigieron distintos pabellones.
Cada uno de ellos, como es de suponerse, hacía gala del más
acendrado gusto arquitectónico.
El
Pabellón de las Artes, El Pabellón de las Máquinas,
El Pabellón Egipcio y un estanque, son conceptos que no dan
más que una vaga idea de la grandeza del parque, demolido
para dar paso a la “modernidad”. De entonces sólo
queda el "kiosco de la luz”, construcción circular
en muy precarias y desaseadas condiciones, que no obstante da testimonio
de la belleza antañona.
*Andrés
Ospina es codirector y cofundador de La Silla Eléctrica.
La cerveza, The Beatles y Bogotá se encuentran entre sus
mayores intereses.
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