Aunque extraño parezca,
ser un paria crediticio trae consigo ventajas considerables. Estas
son sólo algunas.
El
crédito es el más traicionero de los amigos. Y eso
si es que un traicionero amigo merece ser siquiera considerado
como tal.
Es suficiente con observar los rostros de alucinada satisfacción
que lucen los modelos de todas las edades apostados en las vallas
publicitarias destinadas a mostrar la grandeza del crédito
como vía de progreso en el mundo contemporáneo.
¡El sueño de tener vivienda propia! ¡El sueño
del posgrado! ¡El sueño de viajar por el mundo! El
sueño es lo que se pierde cuando, unos meses, años
o decenios después nos damos cuenta del infame engaño
que ahora nos flagela. Después de todo… ¿Qué
sería del látigo sin la espalda que se deja castigar?
UPAC, UVR, hipotecas, luego la casa se queda en manos de la corporación,
y, lo más absurdo de la historia, terminas endeudado con
ésta.
Entendemos por centrales de riesgo a esa
suerte de omnímodos entes capaces de determinar hasta qué
punto somos o no dignos de ser tomados en cuenta para luego cubrirnos
con aquel manto de confianza que sólo puede ser impartido
por aquellas organizaciones contemporáneas para quienes
la usura es la más noble de las actividades, a saber, las
entidades financieras y su tóxico sistema crediticio.
Estas últimas suelen presentarse
en falsos colores, tal como alguna vez la Biblia diría,
Satanás se acerca a nosotros 'como ángel de luz'.
La analogía me parece perfecta. La sierpe impía
seduce al incauto y desvalido hombre para que luego la condena,
representada en cuentas por pagar, llamadas a imprudentes horas
efectuadas por aprendices de abogado dispuestos a producirnos
temor con el tema de los 'cobros jurídicos y reportes negativos
a Datacrédito
o Fenalcheque', y el insomnio permanente de quien como Simeón
Torrente no deja de deber. Jesucristo fue sabio al no dejarse
tentar, tras un largo ayuno de 40 días con sus noches.
Nosotros no soportamos una sola hora.
Insisto en lo de reporte negativo pues
alguna vez oí al director de tan afamada entidad aclarando
que todo aquel colombiano que alguna vez haya tomado la pésima
decisión de hacerse a un crédito, siento éste
aprobado, tiene un expediente en donde su historial queda consignado
en indeleble forma, más allá de si éste sea
decoroso o aterrador.
Dado el nivel de desconsuelo que suele
afligir al eterno deudor moroso, condición que en Colombia
se acomoda a la mayoría de los nacionales, trataré
de poner de manifiesto algunas de las bondades de pertenecer a
este selecto grupo de parias, condenados hasta más no poder
por caseros, cobradores a sueldo e inhabilitados en forma perenne
para adquirir cualquier bien mediante el sistema de crédito,
por lo que en muchos casos se ven obligados a acudir a una especie
de testaferrato soterrado en cabeza de algún buen amigo
compasivo e ingenuo.
Para empezar, hay pocas circunstancias
tan incómodas como aquella de ser asediado en permanente
forma por los insistentes vendedores de sueños que, a la
postre, serán las peores pesadillas.
–Don Raúl. Soy María
Eugenia Cucalón, ejecutiva de ventas del Ultrabank. Su
jefe me autorizó a ofrecerle nuestro portafolio de servicios
Ganayá, nuestra tarjeta de crédito Cupodiario, nuestros
créditos se libre inversión Sea Feliz, con las tasas
más bajas del mercado. Si usted quiere llenamos la solicitud
para empezar a disfrutar inmediatamente de todos lo beneficios
que tenemos para 'ofrecerle' (sic) a nuestros clientes. Sólo
necesitamos que llene tres formularios. Eso no se demora más
de 15 minutos, luego una fotocopia de su cédula, dos referencias
comerciales, dos desprendibles de los últimos comprobantes
de nómina, afiliación a EPS, copia de su último
pago al sistema de seguridad social. ¿Don Raúl tiene
finca raíz?
–Lo siento, María Eugenia.
Me es muy grato saber que soy tenido en cuenta por una prestigiosa
entidad (tan seria y correcta) como aquella de la que usted es
sin duda una muy profesional y eficiente embajadora, pero tengo
la desgracia de haber sido referenciado en no muy buena forma
por Datacrédito
hace alrededor de tres años por causa de un irresponsable
manejo que hice de una tarjeta en el marco de una dantesca crisis
familiar, por lo que tengo una inhabilidad de facto que me impide
hacer uso de los atractivos servicios que a bien usted tiene ofertarme.
–¿Pero Don Raúl pagó?
–No lo he hecho en modo alguno ni
pretendo hacerlo, pues considero, con el mayor de mis respetos
por su meritocrático oficio, ello sería patrocinar
un hurto consentido por todo nuestro sistema. Ahora, si usted
me lo permite prefiero volver a mi vulgar cotidianidad.
Con sólo proferir tan cortas frases
la ladilla comercial que hasta el momento hemos sido se llena
de altivez y se libra de las llamadas que en caso contrario estarían
día y noche perturbando nuestras horas de vigilia y sueño,
para seguir insistiendo en las bondades del servicio ofrecido
o para solicitar un documento más, necesario para acceder
al 'horizonte de beneficios prometidos'.
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Y,
luego de ahorrarse la cefalea producida por las los constantes repiques,
las miradas suspicaces al identificador telefónico, en procura
de no contestar ninguna llamada procedente del conspicuo vendedor,
los beneficios serán muchos.
Evitaremos la molesta llegada
de cuentas por pagar a posteriori, pues nada es peor que ceder al
beneficio transitorio en un instante de pasión, para luego
saldar la deuda con lágrimas y sangre. Pregúntenselo
a quienes hayan padecido de paternidades prematuras e indeseadas.
Imaginemos por ejemplo la
subsiguiente, y en demasía cotidiana situación: tras
haber perdido la razón por causa de la ingesta etílica,
hacemos a un lado nuestra política de austeridad cervecera,
y en un conato de entusiasmo irracional decidimos abandonar la tienda
de barrio de confianza en donde el sacro néctar de cebada
puede ser adquirido por la muy accesible suma de 1.200 pesos oro,
para ingresar en otro establecimiento, cuyos precios harían
palidecer a la deuda externa de la más pobre nación
africana antes el Live Aid.
Después, meses después
y cuando ya hemos olvidado el irresponsable hecho por completo,
llega a nuestras manos la sentencia fatal de la deuda no postergable.
¡Si tan sólo no lo hubiera hecho!
¿Y qué decir
de aquellos momentos en los que uno de nuestros entrañables
amigos dice no disponer de efectivo pero requerir con premura de
algún bien cuya única vía de adquisición
es la endemoniada trampa plástica?
–José. Es que
fíjate que tengo un cheque en canje y la plata fijo me sale
el próximo miércoles. ¿Será que me puedes
prestar la tarjeta para comprarme una chaqueta que vi el otro día
en un local del Andino? Tú sabes que yo te pago.
Ante tamaña sugestión
hay diversas posibilidades: una, consistente en ceder, de mala gana,
atribulados y lleno de pánico a la petición del buen
José, pues de lo contrario podremos ser tildados, sin derecho
a defensa, de tacaños y amigos a medias; otra sería
la de negar de plano y con sinceridad a prueba de fuego el incómodo
favor, que por cierto me parece expele cierto tufo de mal gusto
y exceso de confianza al solicitarlo; otra más consistiría
en mentir –de lo que soy enemigo– afirmando que en ese
preciso instante, cosas de la suerte, la tarjeta no está
con nosotros (argumento que puede ser demolido con facilidad al
replicar: 'No importa. Vamos a tu casa y la recogemos'; o decir,
tal vez que, (algo que puede ser cierto y comprobable), no disponemos
de cupo porque a la fecha no hemos cancelado la deuda).
A las ostensibles ventajas
ya enunciadas podemos sumar la de no ser presas fáciles de
quienes han hecho de la estafa virtual su profesión, y que
son, parézcalo o no, una de las más frecuentes especies
en la jungla moderna. En cientos de oportunidades he oído
que los niveles de encriptación de la información
correspondiente a tarjetas de crédito adolece de cierta taza
de vulnerabilidad, y que, aunque creamos la transacción ha
sido llevada a nada preocupante término, los números
pueden seguir almacenados por años en bases de datos.
Y bien… aunque los
mencionados sistemas fuesen perfectos y todo transcurriera en la
más transparente y preclara de las formas...
Para terminar, debo afirmar
que el crédito no fue creado para una incivilización
comercial postrada como es la colombiana. Bien sabemos que la riqueza
del pueblo en otras naciones, cuyos nombres no encuentro necesario
mencionar, se ha debido en gran parte a la posibilidad de ir adquiriendo
servicios y bienes en forma dosificada y gradual, a costos muy razonables.
Pero la experiencia aquí, los altos rangos de interés,
la irresponsabilidad de seres como yo y como muchos otros, y la
poca credibilidad de la que el sistema crediticio ha hecho gala
en todo su esplendor, demuestran que, si de deber se trata, deber
es un deber que en lo posible debe ser evitado, debamos decirlo
o no.
*Andrés
Ospina es codirector y cofundador de La Silla Eléctrica.
La cerveza, The Beatles, el Qundío y Bogotá se encuentran
entre sus mayores intereses.
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