Todos
coincidimos en decir que el puesto más desagradecido en
el fútbol es el que se ocupa en la portería. El
arquero durante toda la semana debe llegar treinta minutos antes
que el resto del grupo y soportar ejercicios que causan un agotamiento
que no conocen sus compañeros. Y aún peor; cuando
se juega el partido oficial, si se gana el recuerdo suele quedar
en los goleadores y, si pierde el recuerdo esta sobre las imágenes
de los arqueros en posición de derrota -su mayor triunfo
es obtener el trofeo a “la valla menos vencida”. Tal
vez los únicos que reconocen su arduo trabajo, cuando es
eficiente, son los técnicos y los hinchas más fieles.
La historia, cuando el arquero hace parte del título. Pero
para que el título y el recuerdo conjuguen debe adquirirse
en una Copa del Mundo. Se han disputado diecisiete y son diecisiete
los campeones, pero no a todos los recordamos.
A los italianos Combi y Zoff por haber
sido los capitanes, a Gilmar por sus dos títulos con Brasil
en Suecia ’58 y Chile ’62, a Felix, el brasilero,
por pertenecer a un equipo de ensueño, al uruguayo Roque
Máspoli por ser uno de los protagonistas del “Maracanazo”,
al inglés Gordon Banks por su papel en 1966 y luego el
título nobiliario que recibió de la reina Isabel
por atajarle un tiro lanzado con la cabeza de Pelé en México
1970, al “loco” alemán Sepp Maier por lograr
contener a la “Naranja Mécanica” holandesa
en 1974 y al argentino Ubaldo Matildo Fillol por haber representado
la buena imagen que proyectaron sus compatriotas arqueros, en
clubes, en el pasado. Pese a la ausencia del galardón los
dos mejores del mundo son: Ricardo Zamora, un español de
los años treinta que casi elimina a la Italia de Mussolini,
en Florencia en el segundo mundial de la historia (1934), cuando
Italia estaba obligada a ganar en condición de local, y
Lev Yashin, conocido como “la araña negra”
que llegó a disputar una semifinal con la selección
U.r.s.s. en el mundial de Inglaterra ’66 y ha sido el único
arquero en ganar el Balón de Oro de Europa, en 1960. El
primero es un mito en España y el segundo es el que gana
más adeptos a la hora del escrutinio por la corona del
mundo.
Al lado de estos dos reyes esta Franz
Platko. Jugador húngaro del club Barcelona que inmortalizó
Rafael Alberti con un poema, después del tercer partido
que disputaron el F. C. Barcelona y el club Real Sociedad en la
cancha de Santander por la Copa de España de 1928.
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El
F. C. Barcelona ganó y Alberti quedó tan impresionado
por la intensidad de partido y la valentía del guardameta
húngaro que sacó a relucir su estirpe de hincha y
relató lo sucedido así: “(...) Un partido brutal.
(...) Se jugaba un partido de fútbol, pero también
el nacionalismo. (...) Platko, un gigantesco guardameta húngaro,
defendía como un toro el arco catalán. Hubo heridos,
culatazos de la Guardia Civil y carreras del público. En
un momento desesperado, Platko fue acometido tan furiosamente por
los de la Real Sociedad que quedó ensangrentado, sin sentido,
a pocos metros de su puesto, pero con el balón entre sus
brazos (...) apareció de nuevo, vendada la cabeza, fuerte
y hermoso, decidido a dejarse matar. (...)”
Después Alberti escribió el poema.
ODA A PLATKO
Nadie se olvida, Platko,
no, nadie, nadie, nadie,
oso rubio de Hungría.
Ni el mar,
que frente a ti saltaba sin poder defenderte.
Ni la lluvia. Ni el viento, que era el que más rugía.
Ni el mar, ni el viento, Platko,
rubio Platko de sangre,
guardameta en el polvo pararrayos.
No nadie, nadie, nadie.
Camisetas azules y blancas, sobre el aire,
camisetas reales,
contrarias, contra ti, volando y arrastrándote.
Platko, Platko lejano,
rubio Platko tronchado,
tigre ardiendo en la yerba de otro país.
¡Tú, llave, Platko, tú, llave rota,
llave áurea caída ante el pórtico áureo!(...)
(Alberti, Rafael. “Platko.”
Lecturas Dominicales de El Tiempo)
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Enrique Martínez es periodista y lliterato.
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