“But
I see your true colours shining through,
I see your true colours and that's why I love you,
So don't be afraid to let them show
your true colours are beautiful
like a rainbow”
Cindy Lauper, True Colors
Quizá
sea –al menos en Colombia– mi generación, aquella
cercana a los innombrables 30, la última capaz de recordar
con alguna vaguedad borrosa la figura de Memín, o mejor
aún, de Memín Pingüín, aquel bonachón
preadolescente, emblema del cómic mexicano surgido en los
años 40 y distribuido en el país del Sagrado Corazón
hasta el inicio de los 80.
Le recuerdo, junto a Larguirucho
o Copetín –otros héroes decolorados por los
rayos del astro rey y elevados a la categoría de inmortales
gracias al amarillento papel periódico de revista barata–,
a mi también preadolescente juicio, inferiores en jerarquía
al chileno rey de todos, Condorito. ¡Muera el Roto Quesada!
A otras categorías pertenecían los siniestros cuentos
del Doctor Mortis, las historietas de las urracas parlanchinas,
las aventuras de Archie o los viajes ilustrados de Flash Gordon.
En décadas tristemente
pasadas los desaparecidos “puestos de revistas favoritos”
expendían volúmenes alejandrinos de tales publicaciones,
diseminándolas en peluquerías, hogares, consultorios
pediátricos, entidades educativas y otros establecimientos
de sustancias y espíritus varios. Incluso un poco antes,
en los 70, los sectores residenciales de villorrios y ciudades
soportaban las interminables jornadas de ocio gracias a la presencia
de informales negocios de alquiler, venta e intercambio de revistas,
sumados a las ventas caseras de helados de mora y guayaba.
Hoy la cultura del cuento,
así como la de barrio han ido
desapareciendo, o mejor aún desemejándose para abrir
espacio, por ejemplo, a las del X BOX o a la del edificio o conjunto
residencial. Son otros tiempos, otros lamentables tiempos.
Memín era un pequeñuelo
de raza negra y extracción menesterosa, rodeado de amigos,
bajo el amparo tutelar de su madre trabajadora. Las historias
se movían entre el drama y la grácil candidez del
protagonista. Surgió en 1943, creado por el dibujante Alberto
Cabrera a solicitud de la escritora Yolanda Vargas Dulché.
Vargas
Dulché, quien era por entonces novia de Guillermo de la
Parra, a su vez director de la Editorial Vid, firma que aún
publica ediciones semanales de la historieta, se inspiró
en los niños originarios de La Habana a quienes había
conocido en un reciente viaje a Cuba. Se le llamó “Memín”
en honor a de La Parra, que con el tiempo se convertiría
en su esposo y “Pingüin” por “Pingo”,
acepción mexicana para “muchacho travieso”.
Hace no mucho tiempo,
este año, el Servicio Postal Mexicano expidió una
serie de cinco estampillas con la figura de Memín, motivados
por la nobilísima y sana intención de rendir tributo
a los pioneros de la caricatura en la tierra de Cantinflas.
No creo se vislumbren
iniciativas similares en Colombia, ni parece posible que algún
lejano día aparezcan sellos postales con imágenes
facsimilares de las revistas Fantoches, Bogotá Cómico,
La Guillotina, o con selecciones de los mejores trabajos de Chapete,
ni con el supradicho Copetín o el más reciente y
fugaz punk Querubín.
Muchos
han entendido a la expedición de tales sellos conmemorativos
como un irrespeto. Entre éstos el congresista líder
de los derechos civiles en Estados Unidos, reverendo Jesse Jackson.
"Es un insulto para los afro americanos en este país.
Una cultura se expresa a través del arte. Y este arte es
una afrenta no sólo para los negros en Estados Unidos,
sino para los negros en México y los de todo el mundo”,
dijo.
Yo, que odio el racismo
en todas sus manifestaciones no encuentro, sin embargo, viso alguno
de insulto en la ingenua y dulzona figura de Memín.
Pero el hecho es que ahora
el Gobierno de los Estados Unidos de América, que poco
o nada debe saber sobre la historia del cómic en el centro
y sur del continente y menos aún sobre la importancia de
Memín Pingüín para tal historia se ha pronunciado
acerca de los sellos con los siguientes comentarios textuales
extraídos del comunicado de prensa expedido por la agencia
EFE:
“El portavoz de
la Casa Blanca, Scott McClellan, explicó que, aunque la
emisión de sellos se trata de un asunto interno mexicano,
‘los estereotipos raciales son ofensivos, no importa cuál
sea su origen, y el gobierno de México tiene que tenerlo
en cuenta’.
‘Imágenes
como ésa no tienen cabida en el mundo moderno’, agregó
McClellan.
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Varias
organizaciones pro-defensa de las libertades civiles han protestado
por la emisión de esos sellos, que consideran racistas, y
la controversia captó ayer la atención de los principales
diarios de Estados Unidos.
El
consejero de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, Stephen Hadley,
se sumó a las críticas al calificar a los timbres
como ‘inapropiados’.
‘Nuestra posición
es que no hay lugar para este tipo de cosas. Es totalmente inapropiado
y lo hemos dejado claro’, afirmó Hadley en rueda de
prensa.”
El pasado 13 de mayo el
presidente mexicano José Vicente Fox cometió la insultante
ligereza de lamentarse, sin miramiento alguno por los muchos mexicanos
residentes en Estados Unidos puesto que éstos estaban dedicándose
a “trabajos que ni siquiera los negros quieren realizar”,
desatinada apreciación con insinuaciones acaso racistas.
Sin duda una salida en falso cuyas repercusiones deberían
haber sido mayores que las del caso Memín. Pero no ocurrió
así.
El reverendo Jackson fue
más lejos con el tema postal y conminó al presidente
Fox a suspender la distribución de las estampillas porque
éstas eran “ofensivas para los negros".
Con digna sensatez el canciller
mexicano, Luis Ernesto Derbez, se refirió a tales opiniones
como “una falta total de conocimiento de nuestra cultura y
una falta de respeto”. Con mayor razón al tener en
cuenta que el propio Memín fue tal vez por medio de sus historias
uno de los responsables de acercar al pueblo mexicano a los más
de 200 mil negros que residen en territorio azteca.
Encuentro bastante ridículo
de parte del Gobierno norteamericano el elevar un asunto de tan
poca trascendencia a instancias diplomáticas y de nuevo adivino
cierta medida de intromisión al “insinuar” la
descontinuación de las sonadas estampillas.
Aún peor, hay un
gesto de hipocresía suma por parte de los acusadores al olvidar
los muchos estereotipos ofensivos de los que pueblos como el latinoamericano,
el asiático o el mismísimo afroamericano han sido
objeto con la venia de las más altas esferas gubernamentales
en Estados Unidos.
No quiero extenderme demasiado
a tal respecto, pero recordemos, para citar solo un caso, la poco
decorosa presencia del latino en el cine de Hollywood. Nuestras
ciudades aparecen como malsanas selvas húmedas, pobladas
de insectos hematófagos mortíferos, habitadas por
obesos hombres de prominentes eventraciones y bigotes mazamorreros,
y rollizas mujeres de sucio aspecto, todos ellos dedicados en su
mayoría a actividades delincuenciales.
Los latinos en el cine holywoodense
suelen ser guerrilleros, inmigrantes ilegales, narcotraficantes,
peones o sirvientes cuyos coeficientes intelectuales se encuentran
muy por debajo de la media tolerable. Pero eso no es un irrespeto.
De
hecho el gran Condorito surgió debido a la indignación
por parte del caricaturista René Ríos Boettiger, Pepo,
al ver la película de Disney Saludos amigos (1949) largometraje
en el que Chile era representado por un avión bimotor que
volaba con dificultad en mala analogía al cóndor.
Pero eso no es un irrespeto.
El asunto, por supuesto,
trasciende el frívolo ámbito de la industria del entretenimiento.
El conductor de programas para CNN Lou Dobbs, dijo hace poco aludiendo
a la avalancha de latinos en los Estados Unidos que: “Los
inmigrantes ilegales están trayendo peligrosas enfermedades
a este país” para luego añadir: “la invasión
de extranjeros ilegales está amenazando la salud de muchos
americanos. Enfermedades altamente contagiosas están entrando
por nuestras fronteras”. Ese tampoco es un irrespeto
No soy fanático ni
seguidor pasivo de Memín, y hace más de 10 años
no abro una revista para ponerme al tanto de sus aventuras. Me quedo
con Condorito, su challet, su Hocicón y su Bar el
Tufo. Pero tampoco encuentro justificación alguna como para
procurar intervenir en minucias postales de poca trascendencia so
pretexto de defender la igualdad y combatir la discriminación.
Y ese sí que es un irrespeto... y un acto de entrometimiento.
*Andrés
Ospina es codirector y cofundador de La Silla Eléctrica.
La cerveza, The Beatles y Bogotá se encuentran entre sus
mayores intereses.
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