2.34 AM.
Piso 11.
El
silencio me habla con rumores tácitos. Hace mucho frío
y hay poco qué hacer, salvo seguir mirando hacia las sombras
imaginarias que se desgranan frente a las luces noctámbulas
de Bogotá en tímido y desigual desafío al
imperio de tinieblas que, sin duda, seguirán siendo las
tres horas siguientes. O sonreír cual idiota ante los cerros
orientales que impávidos se asoman tras los muchos edificios
que circundan mi espacio insomne.
Siento que algo ha pasado
y que ha pasado para siempre. ¡Y lo siento tanto! Sé
leer los mensajes silenciosos, las palabras afónicas, las
letras tácitas que no se escriben… que se adivinan,
que rumoran y conspiran sin hablar, que se intuyen y que duelen,
al esperar un correo que no llegará, al aguardar por una
voz que a fuerza de no responder se ha hecho muda, al ver que
el tiempo se mueve impávido mientras cae un millón
de puntos suspensivos por el cuello estrecho de un reloj de arena.
Y sé que dolerme en su recuerdo es dolerme en mí,
a mi modo. ¡Está tan lejos!
Tengo pánico de
recordarle toda la vida.
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No
hay por qué temer, aunque la noche no resulta muy agradable.
De nuevo se pasea el silencio ululando en rumores impunes por el
cielo raso de la habitación en donde trato, sin éxito,
de dormir. Afuera las familias hibernan sin poder siquiera presumir
qué habrá de ocurrirles el día de mañana.
Me pregunto qué será de mi persona a la vuelta de
diez años. ¿Será que existe alguna posibilidad
acaso remota de estar vivo dentro de diez años? ¿Seguiré
despierto en unas horas? ¿Podré caer al fin dormido?
¿Podré verle otra vez?
Me lleno de recuerdos, la
mayoría de ellos dolorosos, no porque mi vida haya sido en
esencia un tormento, sino porque éstos, por alguna indeterminada
razón, persisten predilectos e indelebles en mi mente.
Es definitivo: No quiero
recordarle toda la vida.
He pensado demasiadas tonterías
y ninguna tiene nada de importante, si las comparamos con la excesiva
molestia ocasionada por el insomnio que vez tras vez, y a través
de mi ventana opaca me susurra: ¡Escríbelo, escríbelo!…
es el mediocre poema del narciso.
El silencio sigue haciendo ruido en una noche de rumores que entre
líneas se hacen día. Es un rumor, es un silencio,
es un recuerdo. Y ese silencio, ese recuerdo, ese rumor soy yo.
*Andrés
Ospina es codirector y cofundador de La Silla Eléctrica.
La cerveza, The Beatles y Bogotá se encuentran entre sus
mayores intereses.
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