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Sentarse a esperar
Ricardo Páez

Mi primer recuerdo de esperar algo en un lugar se remonta a los años 80, cuando esperaba a que le cortaran el pelo a algún familiar. La peluquería tenía una silla que simulaba un carrito y ahí me sentaban para que yo leyera la edición española de Don Miki, una revista de comics en formato Digest del famoso ratón. El tiempo era muy placentero al leer esas historias, y siempre quería que esa entretenida espera se prolongara aún más.

Las salas de espera, lastimosamente, por lo general no son tan acogedoras como la nombrada anteriormente, más bien son espacios de tensión, de impaciencia, de rabia, y para los más afortunados es un momento de flirt o galanteo con quien se tiene al frente. De repente, el solo hecho de esperar es de por sí una de las sensaciones más abrumadoras que se pueden tener.

Salas de espera hay en muchos lados. Las salas de espera del aeropuerto o del terminal de transportes son bastante concurridas, sobretodo en “temporada alta”, donde mucha gente se ve sometida a una gran incomodidad e incluso a dormir ahí, eso sí, siempre tratando de estar alerta de las personas que merodean a su alrededor.

Claro está, que muchas veces este es el precio de dejar todo para el último momento, y otras veces es producto de la incompetencia de algunas empresas que no prevén la sobre-demanda inherente a estas temporadas. En el aeropuerto por lo menos hay sitios donde mirar, pero creo que son exageradas las 2 o tres horas de anterioridad para abordar un vuelo internacional. Los niños sí se divierten mucho viendo el aterrizaje de los aviones en la pista.

La sala de espera de un hospital o centro médico es tal vez la peor. En estos recintos las caras contentas no tienen cabida. El tinto y el vaso con agua son los invitados frecuentes y acompañantes de quienes se encuentran sumidos en la tensión propia de esperar un diagnóstico médico. Se escuchan muy pocas palabras, y siempre se ve la muy escasa unidad familiar.

La gente no se puede acomodar en una sola silla, el televisor en blanco y negro con la perilla dañada y estacionada en el Canal 1, y algunas personas evidenciando su comprensible desespero dando vueltas a la sala, recordándome un capitulo de “Los Picapiedra” en el que Pedro al dar tantas vueltas a la sala, abrió un hueco en el piso mientras esperaba que naciera su hija Pebbles.

Esperar en un taller de mecánica automotriz tampoco es un placer. Si se corre un poco de suerte, en las estaciones de servicio venden cosas para comer, pero si no, toca aprender a notar la diferencia entre una llanta Pantera y una Eagle, analizar si los otros carros tienen un salto en la pintura, ver cuanto dura el paquete completo de alineación, balanceo, lavado, polichado y grafitado, que bien puede durar hora y media, o analizar la actitud de los dueños de los autos cuando les toca mover su vehículo para que otro estacione.

 

En una entidad financiera la espera es mucho más tediosa porque hay más gente y menos sillas, cosa que me recuerda aquel juego donde varios niños dan una vuelta alrededor de unas sillas al son de la música, y cuando termina la música, una de las sillas es retirada para eliminar de la dinámica a alguno de los participantes. Si uno está sentado en la silla del Banco y se levanta durante una fracción de segundo, muy probablemente al volver la mirada esa silla estará ocupada. Hay que sumarle a eso que el tiempo que hay que esperar en los bancos puede ser mayor y menos productivo que en otras “esperas”. Este caso es homologable al de cualquier entidad que preste servicios burocráticos.

Otra espera, que no se hace en una sala de espera como tal, pero sí en un recinto donde también se percibe el aroma de la desesperación, es la de un examen académico. El salón de clases toma un aire de cortejo fúnebre cuando el profesor da el primer paso hacia el recinto con un sobre de manila bajo el brazo y con la mirada indiferente hacia el estudiante que osadamente le pregunta sobre el resultado obtenido en tal prueba.

El maestro es cómplice de la desesperación porque siempre pretende entregar los resultados al final de la clase, momento en el cual el alumno ha padecido durante dos horas aproximadamente una tensión sin par, acompañado de malos pensamientos que involucran un muy posible regaño de sus padres, una burla de sus compañeros y una versión apocalíptica de un futuro de continuos fracasos. Realmente un desagradable instante que comienza cuando al termino del examen, el alumno comienza a comparar respuestas con sus compañeros encontrando serias diferencias entre lo escrito por él y lo escrito por sus amigos.

Un momento realmente aburridor y desesperante es cuando se espera por una entrevista de trabajo. Es el tiempo donde la ansiedad es evidente en todos los rincones de la sala, donde la persona puede sentir su propio miedo y el de sus competidores, y donde se puede imaginar, igual que el caso anterior, un porvenir exitoso en el caso de acertar las respuestas o caerle bien a la psicóloga, o una sensación de fracaso en caso contrario.

Creo que para nadie es un secreto que la sala de espera es una de las bibliotecas más grandes del mundo. En estos recintos se ven todo tipo de revistas. La revista Semana es tal vez la más habitual, aunque por lo general son ejemplares con dos o tres años de antigüedad. La revista Credencial también es muy frecuente, así como la revista Aló. Las revistas de odontología, medicina, y otras especialidades están ahí también, pero deben estar cansadas de esperar en la canasta que alguien se tome el trabajo de sacarlas para leer. Muchas de estas revistas están sin la portada, rayadas, rotas y maltratadas, mostrando una vez más una faceta evidente de nuestra incultura.

Las salas de espera también son utilizadas para aprovechar los recursos que provee un teléfono celular, para socializar con otra persona que también esté esperando, y para ejercer flirt o galanteo mediante un cruce frecuente de miradas con la persona que se encuentra al frente.

Debe existir un sinnúmero de situaciones de espera que no se citaron en este artículo, pero tendrán que esperar muy pacientemente su oportunidad para ser nombradas.

*Ricardo Páez aún espera muchas cosas, y espera que otras cosas esperen por él. Todas las situaciones citadas en este artículo fueron sufridas una a una en momentos no consecutivos por el autor.

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