Mi primer recuerdo de
esperar algo en un lugar se remonta a
los años 80, cuando esperaba a que le cortaran el pelo
a algún familiar. La peluquería tenía una
silla que simulaba un carrito y ahí me sentaban para que
yo leyera la edición española de Don Miki,
una revista de comics en formato Digest del famoso ratón.
El tiempo era muy placentero al leer esas historias, y siempre
quería que esa entretenida espera se prolongara aún
más.
Las salas de espera, lastimosamente, por lo general no son tan
acogedoras como la nombrada anteriormente, más bien son
espacios de tensión, de impaciencia, de rabia, y para los
más afortunados es un momento de flirt o galanteo con quien
se tiene al frente. De repente, el solo hecho de esperar es de
por sí una de las sensaciones más abrumadoras que
se pueden tener.
Salas de espera hay en muchos lados. Las salas de espera del aeropuerto
o del terminal de transportes son bastante concurridas, sobretodo
en “temporada alta”, donde mucha gente se ve sometida
a una gran incomodidad e incluso a dormir ahí, eso sí,
siempre tratando de estar alerta de las personas que merodean
a su alrededor.
Claro está, que muchas veces este es el precio de dejar
todo para el último momento, y otras veces es producto
de la incompetencia de algunas empresas que no prevén la
sobre-demanda inherente a estas temporadas. En el aeropuerto por
lo menos hay sitios donde mirar, pero creo que son exageradas
las 2 o tres horas de anterioridad para abordar un vuelo internacional.
Los niños sí se divierten mucho viendo el aterrizaje
de los aviones en la pista.
La sala de espera de un hospital o centro médico es tal
vez la peor. En estos recintos las caras contentas no tienen cabida.
El tinto y el vaso con agua son los invitados frecuentes y acompañantes
de quienes se encuentran sumidos en la tensión propia de
esperar un diagnóstico médico. Se escuchan muy pocas
palabras, y siempre se ve la muy escasa unidad familiar.
La gente no se puede acomodar en una sola silla, el televisor
en blanco y negro con la perilla dañada y estacionada en
el Canal 1, y algunas personas evidenciando su comprensible desespero
dando vueltas a la sala, recordándome un capitulo de “Los
Picapiedra” en el que Pedro al dar tantas vueltas a la sala,
abrió un hueco en el piso mientras esperaba que naciera
su hija Pebbles.
Esperar en un taller de mecánica automotriz tampoco es
un placer. Si se corre un poco de suerte, en las estaciones de
servicio venden cosas para comer, pero si no, toca aprender a
notar la diferencia entre una llanta Pantera y una Eagle, analizar
si los otros carros tienen un salto en la pintura, ver cuanto
dura el paquete completo de alineación, balanceo, lavado,
polichado y grafitado, que bien puede durar hora y media, o analizar
la actitud de los dueños de los autos cuando les toca mover
su vehículo para que otro estacione.
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En
una entidad financiera la espera es mucho más tediosa porque
hay más gente y menos sillas, cosa que me recuerda aquel
juego donde varios niños dan una vuelta alrededor de unas
sillas al son de la música, y cuando termina la música,
una de las sillas es retirada para eliminar de la dinámica
a alguno de los participantes. Si uno está sentado en la
silla del Banco y se levanta durante una fracción de segundo,
muy probablemente al volver la mirada esa silla estará ocupada.
Hay que sumarle a eso que el tiempo que hay que esperar en los bancos
puede ser mayor y menos productivo que en otras “esperas”.
Este caso es homologable al de cualquier entidad que preste servicios
burocráticos.
Otra espera, que no se hace en una sala de espera como tal, pero
sí en un recinto donde también se percibe el aroma
de la desesperación, es la de un examen académico.
El salón de clases toma un aire de cortejo fúnebre
cuando el profesor da el primer paso hacia el recinto con un sobre
de manila bajo el brazo y con la mirada indiferente hacia el estudiante
que osadamente le pregunta sobre el resultado obtenido en tal prueba.
El maestro es cómplice de la desesperación porque
siempre pretende entregar los resultados al final de la clase, momento
en el cual el alumno ha padecido durante dos horas aproximadamente
una tensión sin par, acompañado de malos pensamientos
que involucran un muy posible regaño de sus padres, una burla
de sus compañeros y una versión apocalíptica
de un futuro de continuos fracasos. Realmente un desagradable instante
que comienza cuando al termino del examen, el alumno comienza a
comparar respuestas con sus compañeros encontrando serias
diferencias entre lo escrito por él y lo escrito por sus
amigos.
Un momento realmente aburridor y desesperante es cuando se espera
por una entrevista de trabajo. Es el tiempo donde la ansiedad es
evidente en todos los rincones de la sala, donde la persona puede
sentir su propio miedo y el de sus competidores, y donde se puede
imaginar, igual que el caso anterior, un porvenir exitoso en el
caso de acertar las respuestas o caerle bien a la psicóloga,
o una sensación de fracaso en caso contrario.
Creo que para nadie es un secreto que la sala de espera es una de
las bibliotecas más grandes del mundo. En estos recintos
se ven todo tipo de revistas. La revista Semana es tal
vez la más habitual, aunque por lo general son ejemplares
con dos o tres años de antigüedad. La revista Credencial
también es muy frecuente, así como la revista Aló.
Las revistas de odontología, medicina, y otras especialidades
están ahí también, pero deben estar cansadas
de esperar en la canasta que alguien se tome el trabajo de sacarlas
para leer. Muchas de estas revistas están sin la portada,
rayadas, rotas y maltratadas, mostrando una vez más una faceta
evidente de nuestra incultura.
Las salas de espera también son utilizadas para aprovechar
los recursos que provee un teléfono celular, para socializar
con otra persona que también esté esperando, y para
ejercer flirt o galanteo mediante un cruce frecuente de miradas
con la persona que se encuentra al frente.
Debe existir un sinnúmero de situaciones de espera que no
se citaron en este artículo, pero tendrán que esperar
muy pacientemente su oportunidad para ser nombradas.
*Ricardo
Páez aún espera muchas cosas, y espera que otras cosas
esperen por él. Todas las situaciones citadas en este artículo
fueron sufridas una a una en momentos no consecutivos por el autor.
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