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Los sobreestimados
Andrés Ospina

Hora es de que alguien sitúe por vez primera a los "grandes embajadores contemporáneos de la música colombiana" en su debido lugar. Shakira, Juanes y sus seguidores llamados a juicio... a buen juicio.


Pocas semanas atrás entrevistaba al eminente genetista Emilio Yunis, inobjetable veedor escéptico del etéreo concepto de “colombianidad” y demás bazofias nacionalistas sin peso alguno que a nuestro país inundan.

Le preguntaba por “nuestra identidad”, por el “ethos colombiano” y por toda la sarta de peroratas recurrentes en nuestro cotidiano discurso chovinista, siempre en pugna pro “amor por lo nuestro”.

Decía él -haciendo gala de una sensatez inusual en la mayoría de nuestros compatriotas- que se ha convertido en un proceder repetitivo aquella posición de defensa en donde cualquier ser humano que ose cuestionar a los supuestos grandes baluartes de nuestra Colombia es de inmediato motejado de enemigo del país, de apátrida y de ciudadano non-grato, so pena de destierro.

Creo como él, que existe de facto una colombianidad y que ésta amerita ser estudiada, examinada y ponderada. Pero así mismo comparto con Yunis la idea de que tal estudio debe estar regido, más que por una lógica apologética y nacionalista, por un impulso de cambio, autocrítica y evaluación.

Hay un considerable número de colombianos a los que admiro: Yunis es uno de ellos, Alfredo Iriarte o Antonio Caballero son otros, Germán Escallón (N.N.), Pacheco, Lucho Bermúdez, Noel Petro, Carlos Valderrama, Porfirio Barba Jacob, Humberto Monroy, además de una cantidad imposible de citar en un texto de esta naturaleza, también harían parte de esa lista.

Por eso mismo pienso a la vez en aquellos connacionales cuyos réditos desde el lente comercial son indiscutibles, que hoy son colmados de elogios por parte de las secciones de farándula en los noticieros, condecorados por nuestros primeros mandatarios, ensalzados por el infaltable séquito de cortesanos lambones que componen la inmensa mayoría de los hombres y mujeres de medios, pero que (triste es decirlo) no corresponden a lo que en términos de calidad deberíamos esperar de nuestros “embajadores de la música colombiana”.

Y sí. Se me antoja repetitiva y harto explotada la simple mención de sus nombres. Shakira, Juanes y los suyos: todos ellos se combinan en contubernica mezcolanza bajo el nada falso pretexto de estar, sin duda, entre los cantantes colombianos más vendedores de la historia.

¿Y qué decir ante la contundencia de las cifras y los cientos de miles, o millones de ejemplares vendidos de sus fonogramas en “todo el mundo”? ¿Qué replicar frente a su inobjetable éxito, al menos cuantificablemente hablando? ¿Qué cuestionar sobre sus carreras si, al final, las salas de conciertos se muestran atiborradas de espectadores cuando de asistir a sus recitales se trata y los compradores cual borregos hacen largas filas para ingresar a los profanos escenarios?

Yo, no obstante, lo haré.

Shakira

Su carrera se iniciaría con el sencillo que dio nombre a su primer álbum, Magia. Más adelante, Shakira Mebarak Ripoll, bajo el amparo tutelar del argentino Eduardo Paz, apareció en un segundo trabajo discográfico (“Peligro”) y en “the Colombian soap-opera El Oasis”, tal como lo señala la edición 2002 de The Billboard Illustrated Enciclopedia of Rock. ¡Hasta Billboard pierde ya el respeto por el rock!

Días lejanos aquellos en los que la barranquillera lucía guayigoles prendas de vestir mientras gemía en clásico y precario tono de aprendiz sin talento las poéticas frases “Magia, siento magia. Desde hace poco algo nuevo nace en mí”.

¿Cómo olvidar sus inicios en el mundo del videoclip cuando, de la mano de Jorge Barón, realizaba videos de bajo presupuesto, con balnearios de Arbeláez, Carmen de Apicalá y Silvania a manera de locaciones?

Pero ahora, por obra de algún encantador mediático y de un vasto grupo de cortesanos, resulta ser que esta mujer, a quien conocimos desde siempre como mediocre baladista y peor actriz, ha terminado por convertirse en el emblema ¡óigase bien! ¡el emblema del rock y el pop nacionales!

Y es que nunca una cantante colombiana había sido gran cosa como para ameritar la producción en serie de muñecas tipo Barbie con su cuerpo a escala o como para que una familia del “prestigio y talla” de los Estefan le acogieran en su seno comercial.

Vienen recuerdos a mí mente. Rememoro cuando en el marco de un desconectado para MTV justo antes de proferir los consabidos versos “Se me acaba el argumento, y la metodología, cada vez que se aparece frente a mí tu anatomía” proclamó su intención ranchera de dar a la noche “un poco de sabor a guacamole” con la siguiente canción. Luego evoco el momento en que, al termina de cantar, exclamó con fruición orgásmica: ¡Viva México! Y después cómo, arrepentida por haber olvidado el nombre del país en donde de seguro más áulicos a su nombre residen, buscó la indulgencia con un forzado: Y viva Colombia también.

Pero sí. La memoria falla. Muchos han caído en narcoléptico y amnésico estado por causa del hechizo. Steven Tyler, leyenda de la música al fin y al cabo, es uno de ellos. Con dolor, quienes durante mucho tiempo admiramos la carrera, si bien algo pobre en recientes años, consistente de Aerosmith, tuvimos luego que soportar la dantesca visión de Tyler canturreando sin mayor pudor o recato junto a ella “Dude Looks Like a Ladie”.

Tal vez lo anterior se deba a los jadeos forzosos de Mebarak por parecer a nuestros ojos como rockera, alegando haber sido “desde siempre” admiradora de AC/DC, remedando a Jimmy Hendrix en alguno de sus videos y frecuentando lugares, en apariencia relacionados con la cultura e historia del rock. Hasta una vez le oí decir con desparpajo que era fiel discípula de Leonard Cohen.

 

 

 

El ardid ha funcionado. Hace algunos días leía a Andrés Zambrano del diario El Tiempo, equiparando a algunas canciones de su nuevo álbum “Fijación Oral” con la obra de B-52's y Talking Heads mientras me preguntaba si David Byrne o Kate Pearson se sentirían halagados con tal comparación, teniendo además en cuenta las pasadas incursiones de Mebarak en lo que ella llama Shakiratón, junto al también sobreestimado Alejandro Sanz, a quien tampoco soporto. Toda una tortura, sin duda.

Pero más decepción aún sentí cuando me enteré, con extrañeza infinita, de la participación en este nuevo emético musical del señor Gustavo Ceratti, quien, pese a no hallarse en mi lista de predilecciones sonoras, era hasta hace poco merecedor de inmenso respeto por parte de los seguidores del rock argentino. Tal vez premonitorias fueron las frases de La Ciudad de la Furia al decir: ¡Me verás caer! Y sí que lo vimos.

Pues bien. Hay noticias: Shakira no es un producto colombiano en el buen sentido del término. Aunque sí es, de alguna forma y en el peor sentido de la expresión, un producto de la colombianidad. Quiero decir con esto que, si entendemos por colombianidad a la “improvisación”, a la excesiva adulación de ídolos modelados en greda y a la generación espontánea de fenómenos comerciales de impacto pasajero y nada auténticos, en tal caso Shakira es el más colombiano de cuantos productos “artísticos” hemos intentado exportar.

Partamos de un hecho simple: Si artistas como ella coronan hoy los listados del mundo esto se debe en gran parte a las incomprensibles lógicas de mercado actuales y a mecanismos de divulgación hasta hace poco más de diez años impensables para un cantante en Colombia. Pero no a que nuestro país esté produciendo maravillosos músicos ni a que hayamos avanzado en materia de producción, composición o conceptualización de obras sonoras.

No hay una, una sola lírica de Shakira cuya existencia justifique su carrera. Aún más. Hay mucho de mexicano, de puertorriqueño e incluso de árabe en el sonido de Shakira, pero de colombiano poco es lo que puede oírse.

¿No es acaso más que ridícula e impostada la actitud de la barranquillera al modificar su acento cual camaleónica criatura, dependiendo del lugar del mundo en donde se halle y cómo –en ese orden de ideas- cuando visita el país azteca intenta hacer las veces de mexicana, mientras que, al acercarse a Argentina apela al más gaucho de los dejos?

Aunque tampoco gusto de ella, no recuerdo a Claudia de Colombia hablando como panameña por causa de su condición de prometida del descendiente del presidente del país istmico, General Omar Torrijos.

Tal motivo no sería suficiente para cuestionar su trascendencia dentro del contexto nacional si no fuese porque hoy, por alguna extraña razón, se inundan nuestras glándulas salivales ante la simple mención de su nombre: Nuestra Shakira. Orgullo de Colombia. Espero sepan disculparme pero en lo que a mí toca, Shakira no me pertenece, y plegarias elevaré para que nunca lo haga.

Y Juanes

Más allá de su brillante período junto a Ekhymosis, banda a la que reconozco admiré en un principio, está claro que, de Juan Esteban Aristizábal, es poco o nada lo que queda.

Cualquiera habría podido pronosticarlo, fundamentado en la también guayigol participación de la banda en una muy precaria campaña publicitaria para la línea de calzado Colegiales de Verlón en donde la banda alegó haber figurado tan solo por el “deseo de ser conocidos por todo el país”.

No debe olvidarse tampoco el constante proceso de reblandecimiento del que la música de Ekhymosis fue objeto en sus últimos años de carrera, pasando desde Solo hasta terminar con Ciudad Pacifico y La Tierra.

Hoy, rendido ante los designios de Fernán Martínez y preocupado por reproducir en cadena el éxito obtenido años atrás por canciones “tipo fusión” como La Tierra, La Paga y demás imitaciones del “Gitano Groserón” multiplicadas hasta el cansancio por el antioqueño, Juanes parece estar más interesado en repetirse a sí mismo un millón de veces que en reinventar una carrera cuya fórmula, sin duda, está en constante proceso de desgaste.

Lo digo, bajo el rigor de la confesión y espero, por supuesto, todo el peso de la verdad caiga sobre mis espaldas si mi vaticinio resulta errado, algo que puede, de hecho, y dada la imprevisible mediocridad de nuestros gustos, ocurrir.


El mundo está lleno de paradojas: “Juanes ama la tierra en que nació”. No obstante vive en Miami. Juanes elevaba plegarias solemnes cuando decía a Dios le pido. No obstante ahora “negra tiene el alma”.

Ahora, y parafraseo a Yunis, inflamos nuestros espíritus con orgullo, todo debido a que Juanes lució una “camiseta negra” con el lema “se habla español”, en el marco de unos cuestionables premios Grammy por donde se han paseado triunfales Enrique Iglesias, Bacilos y demás músicos aún peores que los ya mencionados.


¿Orgullosos de hablar español, cuando la ceremonia exige, a manera de doble paradoja autoreferenciada el pronunciar los discursos de agradecimiento y presentar a los nominados en lengua inglesa?

¿Orgullosos de hablar español porque, gracias a la ingeniosa frase, la multinacional Pepsi acaba de firmar un caudaloso contrato con el medellinense para aparecer en un comercial de televisión cuyo objeto es incrementar las ventas de la insabora bebida “en toda Latinoamérica”?

¿No sería mejor estar orgullosos del castellano por su riqueza lingüística, por su nobilísimo canon literario, o simplemente porque es nuestra materna lengua, en lugar de seguir, tras veinte años aceptando “el reto de Pepsi?

Pero bien. Todos somos Colombia y todo aquel que “discuta la muy discutible” calidad de Juanes y Shakira deberá estar dispuesto soportar las saetas que sobrevengan como consecuencia de mi cruzada en contra del falso patriotismo. Es un riesgo que debe correrse, como ser colombiano.

*Andrés Ospina es codirector y cofundador de La Silla Eléctrica. La cerveza, The Beatles, Bogotá y el Quindío se encuentran entre sus mayores intereses.

 

 
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