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Crónica de una generación trágica
(Cápitulo VII)
2003 Manuel Carreño

Finalmente me gradué. Ya soy un profesional. Tengo un puesto y cierta estabilidad. Las crisis ya han pasado y aunque surgen problemas, los enfrento como cualquier ser humano. Ya no soy un adolescente, además ya lo asumo, tengo un muy unido grupo de amigos los cual nos gusta mas bien hacer planes zanahorios, acordes con nuestro presupuesto y nuestro mood. Hemos encontrado un simpático bar ubicado en la renaciente calle 82, llamado The Pub, ahí vamos a oír buena música rockera y a tomarnos unas buenas cervezas. Y fue ahí donde mi historia, al menos esta historia llego a su fin...

Un fin de semana decidimos armar un plan grande llamando a varios de nuestros conocidos, aprovechando la quincena. Éramos como quince personas. Un amigo, que estaba recién cuadrado llego allá con la novia y una amiga de la novia que no tenia nada que hacer, estaba aburrida y decidió irse con la pareja. Mi amigo llegó y presento a la novia y a la amiga: Carolina. Yo solo atine a sonreírme y tomarme una cerveza. Por primera vez en 14 años ella aparecía con un conocido, estaba en el mismo plan que yo, e iba a ser mía durante toda la noche. Cuando me vio atino gritar ¡no puede ser! Y me abrazó efusivamente. Me dijo que qué rico verme, que qué más de mi vida, y rápidamente acomodó la silla al lado mío.

Por fin sin ningún tipo de presiones externas, novios extraños, inseguridades mías, o agresividades de ella hablamos durante toda la noche. Mis amigos que durante ese tiempo pudieron deducir que esta era la famosa “mujer fantasma” de la que yo siempre hablaba en mis noches de borrachera, decidieron no interrumpirme, ni caerle a ella.

Nos desatrasamos de mas de catorce años de historia, y supe por fin todo sobre ella. Que era hija de padres que se divorciaron cuando ella tenía 10 años, que su papá era medio alcohólico, y la mamá extremadamente depresiva, que tenía dos hermanos, el que alguna vez fue “billi” y que hoy en día estudiaba ingeniería de sistemas y otro que era el que siempre veló por ella hasta que dejó embarazada a una niña y le toco casarse, entonces a los 15 años quedó casi por su cuenta entonces fue cuando se enloqueció, empezó a frecuentar todo tipo de sitios, donde conoció todo tipo de gente que lo único que hizo fue herirla, pero que ella no era capaz de rechazar por ese miedo eterno a la soledad. Ahí su historia incluyo golpizas, drogas, voladas de la casa y me contó con la voz baja que hasta abortos... tres veces. Me contó que aquel hippie, un día le dijo que no podían seguir juntos, pero que el discurso para echarla tuvo que ver con energías y procesos de liberación que les impedía estar juntos, sin embargo a la semana se fue con una vendedora de artesanías. Estuvo muy triste, se deprimió, se entregó a la noche, a los excesos y al trance. Que estuvo muy mal que incluso le toco salirse de la universidad, pero que hace como dos años se empezó a recuperar. Que ya estaba a punto de terminar diseño en Los Andes y que ya había conseguido trabajo. Incluso me dijo que no tenia novio que no estaba saliendo con nadie, que vivía sola y que se sentía bien con ella misma. Después me miro a los ojos y me dijo: ¿Quiere que le diga una cosa? En todo este ultimo tiempo no me pregunte porque pero casi siempre me acordaba de usted... siempre me preguntaba que hubiera sido de su vida, y esperaba encontrármelo alguna vez en una rumba como siempre pasaba, para por primera vez en la vida tratarlo como usted me trató siempre a mi. Y me sonrió. Yo en ese momento me sentía hablando con alguien que había vuelto de la guerra, incluso de la muerte. Estaba bonita, de hecho le había vuelto a crecer el pelo y se le veía color en la piel, pero le faltaba algo... no se... le faltaba como brillo en los ojos...

 

 

 

Seguimos hablando, yo le conté mi vida a grandes rasgos, empezamos a hablar de todo tipo de cosas de música, de grupos e incluso recordamos con jocosidad todos aquellos bares a los que fuimos y siempre nos encontramos, acordándonos de las respectivas pintas que teníamos. También nos reímos de que siempre nos encontráramos a pesar de los años en todos lados...

En ese momento ella me hizo la gran pregunta ¿crees en el destino?...
Entonces, al tiempo que me preparaba a responderle pensé que habíamos llegado a aquella pregunta que todas las personas en proceso de seducción por medio de métodos pseudointelectualoides terminan haciendo, esperando oír del interlocutor alguna interesante teoría que termine de convencerlo de rendírsele a sus pies. Lo se porque no es la primera vez que me sucede en una situación como esta, de hecho la mayoría de las veces el que hacía la pregunta era yo.

La miré a los ojos y le dije “déjame tomarme un ron y ya te respondo”.
Ella se rió y en un tono que buscaba complicidad me contesto “piénsalo, piénsalo que es difícil”, entonces mientras me servia el ron me acordé de todo lo que les acabo de contar y todo fue claro para mi: el tal destino no existía, las personas no están predestinadas a conocerse y no es que uno llegue al mismo sitio que otra persona por una extraña y romántica fuerza, simplemente, ella y yo hicimos parte de una generación que fue de un lado para otro de Chapinero a Usaquén, de la 93 al Centro, de lo mamerto a lo alterno, de lo rumbero a lo profundo, de lo pesado a lo suave, solamente para encontrarnos, y en verdad creo yo que nunca lo hicimos. Fuimos una generación sándwich entre la de el fin de los ochenta y el principio de los noventa , y crecimos confundidos despistados, faltos de ideales, y llenos de dudas. Y en esas dudas entramos nosotros dos y por eso siempre nos vimos. Da la casualidad que ella siempre me parecía bonita e inteligente pero hubiera podido ser cualquier otra. Así que entendí que ella solo había sido el reflejo de mi generación, con el mismo grado de despiste.

Además también entendí que ella nunca tubo el valor de enfrentarse, de abrirse, de aceptar un hombre que no la dominara ni la hiciera sentir menos, pero que la protegiera. No tiene gracia que ahora que todo pasó ahora sí esté dispuesta a tener algo conmigo, porque precisamente el amor es saber superar las adversidades, y yo me pregunte:¿Qué pasaría si ella volviera a meterse en líos? Seguramente me dejaría... también en ese momento mire hacia adentro de mí y de pronto por primera vez en 14 años sentí que ella no era la mujer de mi vida...

Entonces le conteste simplemente: ¿El destino? No creo en él... su cara de decepción con mi respuesta precedió un lánguido “bueno cambiemos de tema”.


En noche la lleve a su casa en Chapinero, tuve la oportunidad de por fin pedirle el teléfono y sin embargo no lo hice. Cuando la dejé al frente del apartamento se despidió de mi, me dio un gran abrazo, y en una situación medio forzada nos dimos un beso. Al terminar me cogió la cara y se sonrió.

Al bajar del carro, se asomó por la ventana y me dijo “Chao, me llamas?”
A lo que yo atine a decirle mientras arrancaba “Claro”. Cuando la miré por el retrovisor noté en su cara de tristeza que ella tenía claro que no lo haría...

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*Manuel Francisco Carreño es el verdadero nombre de Brando Maya, gestor de innumerables y fallidos proyectos individuales y en colectivo, entre los que se cuentan El Utensilio, Morgan Records, Paréntesis, Poliarquía F.C. y Situación Crónica. Hoy es codirector del espectáculo radial La Silla Eléctrica.

 
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