Fuera del aire
Hacia 1993 aparece La Mega, un sistema
radial lanzado so pretexto de incluir una programación
de corte más variado y abarcador que convocara al público
"joven". El cross over, término acuñado
por el director del proyecto, Alejandro Nieto Molina, era –en
sus palabras- la posibilidad de unificar los gustos juveniles
en una sola frecuencia. Como lo demostraron los estudios de sintonía
y pese a las críticas, la experiencia –desde lo comercial-
se mostró exitosa.
Desde 1995 y por vez primera desde su
fundación en el lejano 1940, la radio oficial colombiana,
Radiodifusora Nacional de Colombia, decide establecer una frecuencia
dedicada por entero al público joven. En 99-1 se mezclan
el rock y el pop latinos y norteamericanos con algunos otros ritmos,
salsa y rap, entre ellos. La cuota colombiana en términos
de música es notoria. Programas como Cuatro Canales hacen
lo propio al divulgar el trabajo, casi artesanal, de las bandas
colombianas. La estación ha contado con la presencia de
importantes figuras de la cultura y la radio en Colombia: Sylvia
Motta, gestora de la iniciativa, Daniel Casas, director desde
el día en que se prendieron los transmisores, Mauricio
Vásquez, Andrés Durán, Sandro Romero Rey,
Juan Carlos Garay, Moncho Viñas, Alvaro Gónzalez
Villamarín, Alejandra Restrepo, Héctor Mora, Jenny
Cifuentes, Juan Pablo Restrepo, Gonzalo Rodríguez, Iván
García o Rodrigo Gutiérrez son algunos de los personajes
que han hecho posible esta radio, una experiencia de talante plural
e inventivo, desde lo público, pese a las inmensas dificultades
técnicas, presupuestales y burocráticas.
Sin querer decir que hoy las condiciones
de apoyo, divulgación e impacto sean las óptimas,
cabe afirmar que los noventa parecen haber traído consigo
un loable incremento de la movida rockera colombiana, tal vez
con mayor fortuna que en cualquiera de las décadas anteriores.
Los festivales de Rock y Rap al Parque impulsan el movimiento
musical al mismo tiempo que los públicos se van diversificando.
En los últimos tiempos, muchos
programas en la radio comercial han sido acusados de una excesiva
banalización y chabacanería del discurso juvenil.
Han aparecido acaloradas polémicas respecto a los contenidos
sexuales y a la escasa elocuencia de los presentadores. Los directivos
arguyen que su responsabilidad no es la de formar a sus jóvenes
oyentes sino la de entretenerlos. Desde una óptica moral,
es poco menos que absurdo el endilgar a la radio joven algún
tipo de responsabilidad por la proliferación de embarazos
no deseados u orgías en el ámbito escolar. Pero
desde el punto de vista de la responsabilidad como agentes de
la comunicación es más que razonable el examinar
la debilidad de contenidos y la repetición de un formato
cuyo desgaste es más que evidente.
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Insomnia,
en Las 40 Principales y El Gallo, en Radioactiva son una demostración
más de la intrascendencia y el nada inteligente doble sentido
que imperan en el panorama radial actual. Insomnia, cuenta con un
curioso microlenguaje propio en donde se emplean extrañas
expresiones como “necia” o “bandida”. Las
llamadas al aire versan, en el más burdo y poco elaborado
de los discursos acerca de temas tan insulsos como el saber en cuántas
oportunidades han sido los padres de los oyentes sorprendidos por
éstos mientras copulan.
Sin caer en la trampa de
la mojigatería es más que evidente la pobreza y la
escasa inventiva de la que los programas de este tipo han hecho
gala, en particular durante los últimos siete años.
Ya hay por lo menos una generación de radiooyentes que han
crecido con nada originales chistes e interrogantes como: “¿Es
mejor largo o corto?”, o “¿Es mejor grande o
pequeño? a manera de banda sonora en los descansos o recorridos
de bus escolar.
En cuanto a lo que hoy se
denomina equivocada y descaradamente como rock, nos chocamos con
un panorama nada halagüeño: Juanes, Shakira y Cabas
son nuestro “orgullo patrio” en materia musical, y aún
no parece surgir una verdadera propuesta que merezca llamarse como
tal y que a la vez resulte cuanto menos exportable.
Hay organismos vivos cuyos
ciclos biológicos naturales son imposibles de evitar. Es
así como pese a las excéntricas genialidades de Eduardo
Perdomo (una de las mentes más inventivas, lenguaraces y
destacables en la radio bogotana actual) El Zoológico de
la Mañana, que hoy en 2004 ajusta algo así como 15
años de vida, ha padecido un doloroso desgaste, en algún
grado similar al de programas de televisión como Dejémonos
de Vainas, lo que nos hace recordar aquella premisa según
la cual es mejor morir a tiempo que experimentar una larga y bochornosa
agonía. Los chistes son más que trillados, los recursos
manidos y las voces, en lugar de veteranía exhiben una lamentable
decrepitud en todo su esplendor. Es una “radio joven”
en donde, de momento, no se vislumbra posibilidad de renovación
alguna, puesto que son muy pocos los nuevos talentos, y entre la
minoría de “promesas de la radio” hay un alto
porcentaje de mediocridad irredimible.
Cierto es que hoy la industria
sigue siendo timorata y, por lo general, opositora férrea
a la hora de programar la música de bandas locales y que
las disqueras aún prefieren distribuir o remedar los productos
procedentes del extranjero que apostar a una opción estética
novedosa.
Pasarán de seguro dos o tres lustros antes de que ésta
se haga consciente de su propio anquilosamiento y de la irredimible
profanación de la que se ha hecho objeto a los cándidos
micrófonos, cómplices mudos de la mediocridad profesada
por quienes ante ellos se apostan.
Esta ha sido pues, una
breve, subjetiva, quejumbrosa e inacabada historia de la radio joven
en Bogotá. Una historia cuyo rumbo esperamos, ilusos, dubitativos
y optimistas, tome más promisorias rutas.
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a la tercera parte]
*Andrés
Ospina es codirector y cofundador de La Silla Eléctrica.
La cerveza, The Beatles, la radio y Bogotá se encuentran
entre sus mayores intereses. |