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Encontrar
antecedentes del rock vinculado a la política de izquierda
en Bogotá no es fácil. En gran medida porque no
existen lazos generacionales. Se trata de reconstruirlos. La bibliografía
también es escasa e inexacta: se mezclan en los recuerdos
Bill Haley y el Che Guevara, el Sputnik y el Apolo 11, Ancón
y los zapatos pompón.
En la Bogotá de los años sesenta, la masiva migración
desde el campo es protagonizada por familias con hijos pequeños
que pasan a engrosar los sectores pobres de la ciudad. Por eso,
la juventud de la época es fundamentalmente urbana. En
estos años, las clases medias se expanden considerablemente
y su presencia se torna definitiva en las nuevas expresiones culturales
juveniles.
Con el afloramiento de
la crisis del subdesarrollo después de la Segunda Guerra
Mundial, se había identificado la ausencia de industrialización
como la causa del atraso económico y social. Como la respuesta
se formuló en la modalidad de proceso sustitutivo de importaciones,
la formación de profesionales técnicos se hizo un
imperativo. Esta consideración llevó a la creación
de universidades tecnológicas y al despliegue de especialidades
ingenieriles en las tradicionales.
Dentro de ese marco aparece
una docena de universidades oficiales entre 1943 y 1966, a las
que hay que agregar las privadas que se fundan obedeciendo a la
tendencia tecnologista y aprovechando el mercado que ofrecía
el auge urbanístico inherente al proceso sustitutivo de
importaciones. Este proceso permitió un mayor acceso de
las clases medias a la educación superior.
Durante los años
de esta gigantesca colonización poblacional, una explosión
cultural se produce en los países desarrollados y se difunde
universalmente. El rock llega a Bogotá, como a las demás
ciudades latinoamericanas, a través de los medios de comunicación
(cine, prensa, radio y televisión) subordinados a la industria
cultural norteamericana. Como manifestación de rebeldía
juvenil, el rock encuentra un terreno abonado por la presencia
de los movimientos políticos de izquierda, principalmente
entre los universitarios, y por el nadaísmo, de corte intelectual
y principalmente literario.
En
palabras de Gilberto Loaiza: "El nadaísmo, más
que una manifestación tardía del vanguardismo estético,
fue la protesta de una intelectualidad de orígenes más
o menos plebeyos contra la oficialidad cultural que había
dado licencia moral de funcionamiento a los mecanismos de la violencia
política. Además el movimiento había rescatado
la eficacia crítica y contraventora de los manifiestos,
la forma documental más explícita de presentación
de la opinión de los intelectuales. La violencia política
había incitado, pues, la existencia de los desplantes nadaístas
en una sociedad que sacralizó con bendiciones, rezos y
camándulas los rituales de mutilación, desollamiento
e incineración que se repetían sin piedad"
.
La caída de Rojas
Pinilla había abierto las posibilidades de acción
política para los estudiantes universitarios, y surgían
amparadas por la legalidad nuevas organizaciones de izquierda:
la Juventud Comunista, el Movimiento Revolucionario Liberal, el
Movimiento Obrero Estudiantil y Campesino, etc., creando el caldo
de cultivo que llevaría a mediados de la década
a la creación de la Federación Universitaria Nacional,
varios de cuyos más significativos dirigentes se unirían
luego a las nacientes organizaciones insurgentes.
En el medio literario,
los nadaístas constituían una de las formas de expresión
de la inconformidad juvenil colombiana. Hubieran llegado a ser
considerados como una "tribu urbana" si en ese entonces
los antropólogos no estuvieran entretenidos describiendo
a los indígenas del Catatumbo. Fueron motivo de curiosidad
y escándalo por su procacidad sexual y religiosa, además
de su gusto por la marihuana (y aquí hablo de los nadaístas,
no de los antropólogos ni -¡horror!- de los pacíficos
motilones). Los medios de comunicación se burlaban de ellos
y buscaban sesudas explicaciones para su extraño comportamiento.
Esto los hermanaría con la onda go-go, y, posteriormente,
con mayor fuerza, con sus sucesores hippies.
De
hecho, quizás la mejor descripción del ambiente
en que entra a jugar el rock (la onda go-go) entre los jóvenes
la hizo Gonzalo Arango en su crónica sobre Los Yetis de
Medellín, que citaré extensamente:
«Habría que
pensar en lo que era la juventud colombiana hasta el advenimiento
apoteósico del go-go: esa juventud derrotista, frustrada
y autodestructiva no sabía qué hacer con su alma,
con sus sueños, con su vitalidad sin porvenir. Por dentro
y por fuera se hundía en el vacío de una existencia
melancólica, sin gloria, sin orgullo, a la deriva del tiempo
y de su propio destino. Estaba condenada al fracaso y la soledad.
En su tremenda incomunicación y desesperanza había
abrazado cualquier causa que la hiciera sentir existente, necesaria
para algo, así fuera para destruir la sociedad. Para hacer
sentir su presencia en el mundo, esa juventud decidió volverse
enemiga y oponer su poder destructivo frente a la sociedad secular.
A quienes encarnaron esa actitud desesperada se les llamó
"rebeldes sin causa" cuyos representantes integraron
pandillas juveniles y cuyos actos limitaban con el terrorismo
y la delincuencia común. Era una protesta negativa, la
protesta por la protesta, pero al fin y al cabo una protesta que
despertó a la sociedad de sus sueños idílicos
con el pasado».
«A esa "rebeldía
sin causa" que sacudió de su letargo a la irrealidad
colombiana, sucedió la causa de la rebeldía go-go,
que fue algo así como un dique al borde del precipicio.
Toda esa furia en estado salvaje que se expresaba en una violencia
sin objeto, se encarnó en el espíritu go-go, alegre,
creativo y consciente de su valor como generación inconforme.
A partir de entonces esa generación no expresó su
protesta por las armas, sino por el arte; no por la destrucción
ciega y sistemática, sino por la creación lúcida
de sus propios valores, la expresión constructiva de su
rebeldía, para exigir su lugar en la sociedad y en la historia.
Al tomar conciencia de su importancia exigía sus derechos
a la libertad, a ser aceptada como una fuerza nueva y decisiva,
y a ser respetada en su dignidad humana».
«Para salir a la
conquista de su destino, la generación go-go se armó
de guitarras; era una revolución con música. Esta
música proclamaba la nueva sensibilidad, un cambio de ritmo
en todo: en la vida, en la moda, en las costumbres, en las relaciones
sexuales, en la cultura en general. Su advenimiento fue celebrado
por la juventud como la llegada de profetas salvadores, con mandamientos
que invitaban a la alegría de vivir, al frenesí
del baile en cuyas convulsiones se expresaba un rompimiento brusco
de las ataduras y coacciones morales, el estallido glorioso de
su libertad plena, el gozo radiante de sus impulsos y esperanzas.
Definitivamente los melenudos habían ingresado en la escena
universal como ídolos de la nueva generación, con
una audiencia tan beligerante y multitudinaria, como nunca tuvieron
el predicador de moral ni el político demagógico».
La radio fue la plataforma
de lanzamiento para el rock en Colombia. En 1957 lo presentó
por vez primera Carlos Pinzón en su programa de radio Monitor
de Caracol, con el éxito Rock around the clock (Rock al
compás del reloj) de Bill Haley y sus Cometas. La película
de esta canción se estrenó poco después del
lanzamiento del disco, en el teatro El Cid de Bogotá, inaugurando
de paso todo el alboroto y destrozos de vidrios y butacas que
habrían de sobrevenir.
A finales de los 50 llega
el rock en español con los Teen Tops, el grupo de Enrique
Guzmán, que fue el primero en grabar en nuestro idioma
y que llegó con gran éxito a todo el continente
y a España. Según Eduardo Arias, "básicamente
se encargaron de traducir y limar el contenido de canciones de
Little Richard, Bo Diddley y Buddy Holly, que tenían connotaciones
eróticas bastante evidentes y que al convertirlas en canciones
como Mi novia popotitos perdieron, obviamente, toda esa carga
de rebeldía que decía tener el rock'n'roll en español".
Otros grupos mexicanos
de la época fueron Los lnners, Los Blue Caps, Los Black
Jeans, Los Locos del Ritmo, Los Hooligans, Los Loud Jets y Los
Crazy Boys. Esa era la llamada "Nueva Ola", que en nuestro
país inspiró a gente de los medios de comunicación,
como Alfonso Lizarazo y Carlos Pinzón, quienes convirtieron
la Radio 15 de Caracol en la emisora de moda entre la juventud,
dedicada a los nuevos ritmos americanos. Radio 15 organizó
festivales que alcanzaron una gran popularidad entre los jóvenes
de las clases medias y bajas de la ciudad, y que fueron plataforma
de lanzamiento para cantantes como Harold (Mickey Mouse) y Oscar
Golden, né Osorio (Cabellos largos, ideas cortas, Boca
de chicle, Zapatos pompón).
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lo largo de los años 60 el proceso de polarización
espacial de la ciudad se acentuó. En los barrios populares
de Bogotá se formaron pandillas con nombres como "Los
Villanos", "los Yanquis", "Los Golden Eagles"
y "Los Halcones". Mientras tanto, los jóvenes de
la burguesía organizaban carreras nocturnas de carros en
las avenidas del norte. Poco a poco se iba creando el medio para
el surgimiento del rock criollo, con sus sectores emblemáticos:
el Quiroga en el sur y Chapinero al norte.
Y también empezaron
los problemas con la policía. Por ejemplo, en 1964, a la
salida de uno de los festivales de Radio 15, un grupo de cerca de
cien jóvenes se tomó las calles del centro de Bogotá,
asaltó un camión de gaseosa, rompió vidrios
de los buses, volcó recipientes de basura y corrió
de calle en calle mientras la policía lo perseguía.
Los
jóvenes go-gos son sólo los últimos y los menos
importantes de una larga lista de enemigos en la mira de la represión
oficial. Hay paros estudiantiles en muchas universidades, la operación
Marquetalia genera una ola de indignación nacional e internacional,
hay marchas de protesta desde Bucaramanga y Medellín hacia
Bogotá, el Ejército de Liberación Nacional
hace su debut con la toma de Simacota el 7 de enero de 1965 y el
cura Camilo Torres Restrepo presenta la plataforma del Frente Unido
en un homenaje nacional el 22 de mayo. Aprovecha la ocasión
para dirigirse a los estudiantes universitarios:
«La sociedad nuestra
es una sociedad burguesa. Los estudiantes participan subconscientemente
de los valores de esta sociedad aunque concientemente los repudien.
Una forma de repudio exterior de esos valores se manifiesta en los
vestidos pobres y raros, en la barba y en las costumbres antitradicionales
de muchos universitarios. Sin embargo, la imagen de lo que debe
ser un profesional sigue siendo una imagen burguesa. El profesional,
el doctor, debe estar bien vestido, vivir en una casa o apartamento
bien amueblado, tener automóvil, tener oficina bien equipada,
con sala de espera y secretaria. Es decir, puede que la persona
esté vestida con sandalias, suéter largo, barbas,
sin peinarse y con libros existencialistas bajo el brazo, pero al
mismo tiempo piensa que él, como biólogo, como médico,
tendría que andar con auto, paraguas y sombrero hongo».
«Preferible
que ninguno de ustedes tuviera barba, pero que vivieran en barrios
obreros; preferible que no se vistieran distinto por gusto, sino
que por necesidad se vistieran como los obreros, por no haber encontrado
un empleo debido a sus ideales revolucionarios».
Son momentos intensos. Y
en medio de tantas convulsiones, un poco al margen de ellas, aparece
el primer producto objetivado (como diría Marx) del rock
colombiano.
Aunque podríamos
remontarnos al Very, very well de Antonio Fuentes (finales de los
50); a éxitos como El twist del esqueleto y El twist del
guayabo de los Golden Boys (comienzos de los 60), que hicieron furor
en medio del auge de la cumbia "corralera"; y -por último
pero no menos significativo- al merecumbé-rock'n'roll apropiadamente
titulado Carlos Pinzón de Lucho Bermúdez; en el sentido
estricto del término, el primer disco colombiano de rock
apareció en 1965: un sencillo de 78 RPM de los Speakers,
editado por Discos Vergara, con La Bamba (el son jarocho que Richie
Valens había convertido en éxito de rock en diciembre
de 1958) y El golpe del pájaro (tema de surf de los Trashmen,
banda de Minneapolis cuya discografía es materia de culto
entre los conocedores hoy día).
El primer LP de los Speakers,
que salió al mercado poco después, incluía
otra versión de los Trashmen: El rey del surfin, tomada también
del codiciado LP Surfin' Bird de 1965. Los instrumentales Ciudad
sumergida y El twist de los siete hermanos eran tomados del grupo
español Los Relámpagos, entre cuyos integrantes estaban
los afamados compositores J.L. Armenteros y P. Herrero, quienes
fueron después autores de innumerables éxitos de cantantes
hispanos de los 70 (y cuando digo hispanos me refiero a los cantantes
de la península ibérica, no a la orquesta tropical
del mismo nombre).
Otros grupos adaptados por
los Speakers fueron los ignotos Hullaballoos, grupo "bamba"
(nada que ver con la canción de Valens) de la invasión
británica. Sus temas, compuestos por los norteamericanos
Kornfeld y Duboff reunían elementos del beat inglés
con el estilo de Buddy Holly (el de gafas, sí, el que murió
en el mismo accidente aéreo que... ¡otra vez! el chicano
Valens). De ellos se escogió Did you ever. También
estaban los británicos Dave Clark Five con Puedes ver que
ella es mía, y el tema hebreo Dona Dona. No podían
faltar los Beatles con I need you y Every little thing (el primero
del álbum Help! de 1965 y el segundo de Beatles For Sale
del 64, pero que presumo escucharon en el Beatles VI de 1965 porque
Colombia recibía la discografía estadounidense). Completaban
el disco dos composiciones originales: la instrumental MS 63-64,
de Rodrigo García, que interpretaba el armonio y el pianifás
(que era sencillamente el piano tocado directamente en sus cuerdas,
sin usar el teclado), y Tendrás mi amor, compuesta por el
mismo autor, junto a Humberto Monroy, quien fungía como cantante.
El mentado Rodrigo García
era un español, de Sevilla, que además llegó
a ser miembro del Ejército de Liberación Nacional,
según lo cuenta Olga Behar en Las guerras de la paz. En su
faceta de guerrillero internacionalista, habría llegado a
participar en el primer secuestro aéreo del país y
al parecer habría muerto años después combatiendo
en Centroamérica. Pero según varios entrevistados,
y fuentes documentales españolas, al disolverse los Speakers,
Rodrigo regresó a España, donde participó en
un disco de la conocida banda Los Pekenikes (realmente en una operación
montada por la disquera sin contar con los auténticos integrantes
del grupo), en el que encontramos el psicodélico Tren transoceánico
a Bucaramanga. Luego, en los 80, aporta una canción de su
autoría, Lily, a la banda de rockabilly Bulldog.
Queda entonces en el aire
el interrogante sobre quién fue el Speaker aeropirata. Los
indicios pueden apuntar al primer baterista Fernando Latorre, o
a su sucesor Edgar Dueñas, quien abandona el grupo en 1967,
fecha desde la cual se pierde su rastro…
Este guerrillero go-go,
sea quien sea, logró ingresar incluso al Palacio de San Carlos,
sede del presidente Carlos Lleras. Pero esto sería después
de llegar a la cumbre de su popularidad (la de los Speakers, no
la de Lleras), cuando La casa del sol naciente, su segundo LP, recibió
el disco de plata por vender la astronómica cifra de quince
mil copias. Entonces llegaron a ser conocidos como "los Beatles
colombianos". No es curioso: su segundo disco contenía
ya cuatro temas que los de Liverpool habían hecho famosos.
Lo demás: el tema que daba título al disco, tomado
de los Animals, Satisfaction de los Rolling Stones, Juanita Banana
de los Peels, Todo está bien de Gerry and the Pacemakers
y Campanas de libertad de Bob Dylan. La cuota original corría
por cuenta de una balada de Luis Dueñas y El profeta habla
del fin de García, con una letra de corte nadaísta.
Lo que ganaron en popularidad,
lo habían perdido en estilo, si no en originalidad. Sin embargo,
eran lo más audible de la capital, pues sus inmediatos competidores,
los Flippers, estaban más interesados en demostrar su virtuosismo
y sus costosísimos equipos, de $350.000 de la época
y traídos de Miami. Los Speakers, por su parte, habían
tenido que fabricar sus guitarras y amplificadores (e incluso un
tiple eléctrico) de forma artesanal.
De la mano de estos grupos
emblemáticos, la onda go-go se puso de moda en Bogotá
en 1966, cuando Estados Unidos ya preparaba su respuesta a la invasión
británica, y la moda del Swingin' London entraba en franca
decadencia, como antesala del verano del amor de 1967, que giraría
alrededor del hippismo californiano. Otros grupos criollos sacaron
discos con relativo éxito: los Ampex, los 4 Crickets, los
Young Beats y los famosos Yetis, de Medellín, quienes se
beneficiaron de ser el único grupo "rebelde" de
Medellín (a pesar de su notoria extracción de clase
burguesa), en el momento en que los nadaístas de Gonzalo
Arango, de Amílkar U, de Jotamario, etc., tenían como
base el Café Metropol de esa ciudad. Su fama se debe no tanto
a la modesta calidad de la propuesta musical del grupo como a su
ubicación geográfica.
Otros grupos de la misma
onda nunca llegaron a grabar: 2+2 (con el después reconocido
DJ Willie Vergara y Diego Betancur, el hijo de Belisario que después
militó en el MOIR) y Los Playboys (con el bajista Chucho
Merchán). Pero la locomotora de la onda go-go criolla sería
el famoso Club del Clan.
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*David
Moreno es músico, periodista y sociólogo. Artículos
como este pueden encontrarse en http://www.estudiocaos.com/molodoi64/
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