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El
hippismo se planteó como un movimiento de flores y colorido
que cantaba a la vida y al amor adhiriéndose a las tendencias
en contra de la guerra, la violencia y la muerte. No era un movimiento
homogéneo, sino que comprendía diversas perspectivas,
desde las visiones políticas que planteaban modelos alternativos
de sociedad; las salidas sensoriales que se envolvían en
las drogas; las perspectivas hedonistas; las rupturas en los ámbitos
cotidianos que presentaron convulsiones fundamentales en las relaciones
de pareja o impugnaron de facto las relaciones monogámicas;
las definiciones ónticas y trascendentales que abrevaron
en las filosofías orientales; las militancias políticas
influidas por el marxismo que buscaron derribar al modelo capitalista
inspirados por las experiencias de la URSS, Cuba, China.
Incluso algunos hippies
trataron de estructurar de alguna manera su movimiento, organizando
una asamblea de la Juventud en Rebelión, en el Capitolio
Nacional a finales de 1968, asamblea en la que "predominaban
los frenéticos de la música a go-go y los desteñidos
'prematuramente' en la política revolucionaria", al
decir de Voz Proletaria, y que, como era de esperarse, no condujo
a nada.
Desde 1967 se había
consolidado un territorio relativamente amplio para la difusión
del rock, alrededor de las numerosas discotecas de la carrera
13, desde Teusaquillo hasta la 72. Al declinar La Bomba, y cambiar
esta discoteca de onda y de lugar, los hippies se quedaban con
la calle 60, alrededor del pasaje comercial que se convertiría
en el epicentro de esa cultura: los almacenes pequeños
se encontraban a lado y lado del recinto, separados por delgadas
paredes de madera y tenían la misma música que daba
jaqueca.
El primer almacén
lo puso Libardo Cuervo bajo el sugestivo título de Las
madres del revólver, donde circulaba el periódico
underground Olvídate de Manuel Quinto, como se hacía
llamar recién llegado de Nueva York Manuel Vicente Peña,
quien alcanzó notoriedad luego, en los años 80,
como jefe de prensa del partido político de extrema derecha
Morena, fachada de los paramilitares, esas modernas "madres
del revólver"... y de la motosierra.
Curiosamente Otty Patiño,
posteriormente líder del M-19, vendía camisetas
y afiches en otro local del pasaje de los hippies, a donde fue
a parar después de secuestrar un avión en solidaridad
con el levantamiento indígena de Planas hacía un
par de años. Por lo visto la aeropiratería es una
de las modalidades favoritas de la izquierda rockera.
Pero si la clandestinidad
los separó, Otty Patiño y Manuel Quinto se reencontraron
en mejores términos casi 20 años después,
en la entrega de tierras que hicieron los hermanos Castaño
a los "reinsertados" del EPL, con la bendición
del finado monseñor Isaías Duarte Cancino. Como
es de público conocimiento, Patiño fue parte importante
de los acuerdos políticos del M-19 con los paramilitares,
antes de la Constituyente de 1991.
Humberto
Monroy, bajista de los Speakers, con ayuda de otros músicos,
entre ellos Jaime Rodríguez, oriundo de los veteranos Ampex,
Mario Renee, Ferdie y Roberto Fiorilli, crearon Siglo Cero, grupo
experimental de música progresiva, con temas propios, en
largas suites jazzísticas, de varios movimientos. Grabaron
un LP bajo el título Festival de la Vida, con una suite
en cuatro movimientos llamada Latinoamérica, para el sello
Zodiaco, vinculado al concurrido almacén del mismo nombre,
que se había convertido en templo del rock, un sitio para
ir a ver gente, luces y oír música fuerte. El almacén
quebró, pues nadie compraba nada. Y el grupo también
"murió", como tantos, "por falta de oxígeno",
como relata el baterista Fiorillo en una publicación brasileña.
Por el contrario, en Tanathos, de Tania Moreno, se vendían
afiches de motivos psicodélicos, de estrellas del rock
o de chicas torsidesnudas, al igual que en El Escarabajo Dorado,
cuyo lema era "en afiches, sobrado".
La ciudad se fue poblando
de otros templos como el teatro La Comedia, donde debutó
la Gran Sociedad del Estado y actuaron otros grupos como Terrón
de Sueños, la Banda de Marciano y Galaxia. En la calle
60 actuaban, asimismo, Limón y Medio, Los Apóstoles
del Morbo y la Caja de Pandora. Tanto el Parque de la 60 como
el Nacional se tomaron para conciertos, recitales de poesía
y happenings. Vestida de cuero, la actriz Margalida Castro tocaba
flauta en el Festival de la Vida del Parque Nacional, al que asistieron
gratuitamente unas 10 mil personas, concierto organizado por Humberto
Monroy, impulsado por el disc-jockey Edgar Restrepo y financiado
con los afiches de Tania Moreno.
El éxito de estos
festivales, y otros organizados en Lijacá, motivó
a los hippies de Medellín a organizar el que sería
recordado como el Woodstock criollo por excelencia: el festival
de Ancón de junio de 1971, al que viajó una delegación
de rolos bajo el lema "Cachaquilandia abraza Ancón".
Los organizadores de este
festival declararon años después que el evento había
sido saboteado por los "mamertos" de la Juco. Gonzalo
Caro Carolo, citado por el jefe de prensa paramilitar Manuel Quinto,
asegura: "[a] los compañeros mamertos de la Juco […]
les dio por decir que yo me había convertido en un agente
de la CIA que era la que patrocinaba el Festival. Los mamertos
fueron entonces a Guayaquil (barrio bajo desaparecido por el Metro),
consiguieron camiones, los llenaron de vagos y prostitutas y los
llevaron al Festival con fotógrafos, para decir después
que eso era una orgía y una depravación".
Carolo había sido
activista estudiantil y lógicamente su tránsito
al hippismo había sido mal recibido. Pero las prioridades
de la Juco de Medellín, dirigida en ese entonces por Leonardo
Posada (asesinado por los paramilitares de Morena como parlamentario
de la UP en Barrancabermeja el 30 de agosto de 1986) no estaban
en la fotografía amarillista de hippies sino en la en ese
entonces candente discusión alrededor del "programa
mínimo de los estudiantes colombianos". Tampoco hizo
falta destinar las páginas de Voz Proletaria a lo que se
publicó profusamente en los grandes medios de comunicación.
Otro grupo que incursionó
en la fusión fue la Columna de Fuego, una propuesta seria
de recuperar la cultura afrocolombiana, creado por Jaime Rodríguez,
arreglista y bajista; Adolfo Castro, trompetista; Cipriano Hincapié,
también trompetista; Jairo Gómez, trombón;
Jorge Abarca, guitarra; Daniel Basanta, congas; y Roberto Fiorilli,
batería. Con esta formación tocaron en la RDA (Alemania
oriental), la URSS, China, Mongolia y España, donde grabaron
el LP Desde España para Colombia, la Columna de Fuego,
por el sello RCA .
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También
se destacó Malanga, conformada en 1972 por el bajista Chucho
Merchán, Augusto Martelo, Carlos Álvarez, el baterista
Álvaro Galvis Tarquino y el guitarrista Alexis Restrepo,
quienes grabaron un maxisingle para el sello Monserrate, el cual
se ubicó en el número 1 en la radio.
Igualmente, La Banda Nueva,
del pianista Orlando Betancur y el baterista Jaime Córdoba,
logró un gran reconocimiento por su canción Emiliano
Pinilla. Las grabaciones de estos grupos son hoy verdaderos incunables
del rock nacional. Surgió también entonces un interés
genuino por involucrarse con la realidad cultural y política
del país, que hasta el momento había sido un asunto
para cantantes de protesta, como el nadaísta Pablus Gallinazo,
quien ahora se hacía llamar "el comandante".
Para 1974 Malanga entonaba
la Sonata No. 7 a la Revolución... que era instrumental.
Más consecuente, el grupo Génesis de Colombia, encabezado
por el ex Speaker Monroy y sus amigos Edgar y Tania, cantaba letras
tan anti-hippies como: "Diles que pa qué la guerra a
los que no tienen tierra, trata de hacer entrar en la moda a los
hijos de la explotación, llévale flores y meditación
a los que se están muriendo de inanición, dime cómo
se puede amar al que manda fusilar a los que quieren protestar".
(Sueñas, quieres, dices).
Bajo un ropaje de retorno
a la naturaleza, se escondían también los llamados
a la lucha armada: "Toma tu mochila, amigo, que me voy de la
ciudad. Hace ya muchos años tuve un sueño de una vida
más simple y más humana, hace ya muchos años
que hablo de esto y hoy la hora, mi amigo, la siento más
cercana".
No por casualidad, el 30
de agosto de 1989 fue asesinado de 11 balazos, por los paramilitares
de Morena en las calles de Barrancabermeja, Federico Taborda Mejía,
Sibius, conocido como El Poeta de la Paz, integrante de Génesis
y autor de muchas de sus letras.
Humberto Monroy también
falleció al filo de los 90. Los últimos integrantes
de Génesis siguieron su camino musical bajo el nombre de
Mecánica Nacional, cuyo único LP, Oiga hermano, de
1990, fue un homenaje al líder del M-19 Jaime Bateman.
Pero aquí no había
mercado del disco y buena parte de lo que se hizo se diluyó...
Hacia el año 74 decae el movimiento rockero debido a que
muchos de los mejores músicos deciden irse del país
a buscar mejor suerte, algunos haciendo escala en la naciente escena
nocturna del jazz bogotano. Otros decidieron hacer música
publicitaria y triunfaron haciendo jingles, como el mismo Pablus
Gallinazo. Otros se tomaron en serio lo del folclor y surgieron
grupos, algunos reconocidos mundialmente como Yaki Kandru, otros
no tanto como Los Viajeros de la Música (ex integrantes de
Génesis), Los Amerindios, Tikchamaga (cuyo esotérico
nombre de resonancia indígena significaba en realidad: Timiza-Kennedy-Chapinero-Mandalay-Galán...
los barrios de donde venía cada músico). Fue la edad
de oro de la música andina y hubo quienes terminaron haciendo
carrera con la música carranguera del altiplano cundiboyacense,
pero esto es otra historia...
Los años transcurridos
entre el 75-80 estuvieron marcados por poca actividad, a excepción
de algún concierto de Génesis y otros pocos grupos.
La gente escuchaba los escasos programas rockeros de la ciudad,
en emisoras como Radio 15, Radio Latina y la misma HJCK, con nuevos
DJs como Manolo Bellón, Patrick Milldemberg y Jorge González,
que ayudaron a educar a una nueva generación de rockeros,
que quería emular a sus ídolos. Aunque el ambiente
no era propicio, se crearon y desaparecieron grupos que fueron la
imagen perfecta de esa época de espejismos en los que nunca
se perdió la esperanza. Hubo discos (Tribu 3 y Ship, la agrupación
de Jorge Barco) que pasaron desapercibidos a pesar de su buena calidad.
Por esta época el
rock era repudiado y símbolo de marihuaneros, vagos y degenerados.
El cabello largo era censurado y en los conciertos siempre había
presencia del F2.
De los 70 también
es necesario recordar la presentación de diversas películas
en los teatros del Centro y Chapinero: Tisquesusa, Faenza, TPB,
Jorge Eliécer Gaitán, Radio City, Palermo, Trevi,
Lucía, Metro Riviera, Aladino, Arte de La Música (La
Comedia) y Escala; y en los cines de barrio, que desaparecieron
con la construcción de los centros comerciales a partir de
los 80: La Castellana, el Almirante (de El Lago), el Roma (del Rafael
Uribe), el Adriana (de Pablo VI), el Arlequín (de La Soledad),
el Iris (de Kennedy) y el Avirama (de Fontibón).
Jóvenes melenudos
y marihuaneros de todos los barrios se agrupaban para ver películas
como La canción es la misma (de Led Zeppelin), Woodstock,
Janis, la ópera rock Tommy (con the Who), Let's spend the
night together (de los Rolling Stones), El Submarino Amarillo y
Let It Be (de los Beatles), El Último Vals (de Scorsese,
con The Band de Bob Dylan) y un largo etcétera, donde el
público se comportaba como si efectivamente asistiera a las
presentaciones en vivo de sus ídolos, con todas las consecuencias
que cabe imaginar.
Por último, en los
recuerdos de esa época, merece un lugar especial la pizzería
Tío Tom, que sirvió de escenario a las bandas del
momento, hasta finales de los 80.
Pero, ¿qué
pasó entonces con todo ese potencial rockero? Porque prácticamente
de toda esa generación de comienzos de los 70 no quedó
nadie. Muchas pueden ser las causas, sin embargo lo único
cierto es que fue una gran generación que sucumbió.
Una tesis: Terminada la fiebre go-go fueron muy pocos los grupos
colombianos que decidieron seguir, pues los productores ya no apoyaron
de la misma forma. La fiebre de los 60 agonizaba y toda esa constelación
de estrellas de la canción se fue trasladando a otro tipo
de música que vendía más y que era -luego de
la propaganda negra contra el hippismo- menos repudiada por la sociedad
tradicionalista. La música tropical, la protesta y la balada
fueron el refugio de muchos ex rockeros, como por ejemplo los Black
Stars, Harold, Gustavo el Loco Quintero y muchos otros.
Otra tesis: En lo ideológico,
nunca tuvo un matiz que marcara la diferencia. En un inicio el rock
llegó a clases sociales altas y el elemento rebelde apareció
luego, cuando al "masificarse" llegó a otros sectores
más marginados. El nadaísmo fue la corriente de pensamiento
que más influyó, y todos sabemos el origen y el fin
de los nadaístas. Sin embargo, el nadaísmo dejó
su huella en el naciente movimiento rockero. Criticar por criticar,
posar de rebeldes porque "lo negaban todo", es algo que
a la larga siempre ha beneficiado al sistema. Aun hoy muchos se
ufanan de "negarlo todo", como si se pudiera ser imparcial
en una sociedad claramente dividida en clases.
Estos factores dejaron a
la deriva a miles de jóvenes que comenzaron un movimiento
que se encontraba en su etapa de gestación.
La represión intensa
por parte de las autoridades, el rechazo de una sociedad conservadora
estancada por el excesivo dogmatismo religioso y la misma tendencia
pacifista y sobre todo marginal que tuvo el rock, fueron algunos
de los factores que se confabularon en contra de aquellos primeros
gladiadores, la mayoría de los cuales se reintegró
al sistema y recuerda aquella época como una simple "locura
juvenil". Otros, en cambio, se expusieron a su único
patrimonio: sus ideas, sus creencias, sus sueños. Los demás
perecieron víctimas del ácido o los hongos, o simplemente
se dedicaron a deambular por el mundo buscando la armonía
y la paz que tanto anhelaban. Hoy vemos a muchos de ellos vendiendo
artesanías en las calles céntricas de nuestra ciudad.
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*David
Moreno es músico, periodista y sociólogo. Artículos
como este pueden encontrarse en http://www.estudiocaos.com/molodoi64/
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