Estuve
pensando todo el día en el sueño que tuvo mi abuela.
Esta mañana raudo abandonaba mi casa, con el peso del desvelo
en mis ojos y con el reloj traidor insinuándome a un compás
de 60 segundos lo infructuoso de mi esfuerzo por preparar ese
parcial salvador de lo que tristemente para mis padres puede ser
un semestre fallido. Me aventuré con toda la esperanza
del caso hasta el paradero, mientras esperaba, mentalmente hacía
el inventario de teorías, conceptos y ejemplos que poco
a poco iban cobrando la imagen de un radiante y siempre redentor
5.0.
Mis desconocidos vecinos iban desapareciendo maquinalmente en
los distintos vehículos que los acercaban a sus destinos,
y que conforme pasaba el tiempo daban la impresión de alejarme
a mí del mío. Me senté en la desolada banca
y con la resignación de un cigarrillo recapitulé
mi situación; si esta vez había cumplido devotamente
con mis deberes, ¿porqué razón no me desperté
a tiempo?; la iluminación, a diferencia del bus que debía
llevarme a la universidad, llegó; mi hasta ahora inexpugnable
despertador natural había fallado, mi abuela nunca me despertó
con sus insoportables frases de cariño a las cinco de la
mañana. Arrojé la colilla y con paso descansado
e irreprochable volví a casa, la culpa no era mía.
No había señales de ella
por ninguna parte, la cocina estaba casi igual de desecha como
mi cuarto prueba inequívoca de su ausencia, descaradamente
me dirigí a su habitación para recitarle en la cara
las teorías, los conceptos y los ejemplos fallidos. Estaba
en la cama pero no dormía, era una actitud bastante sospechosa
- como de culpable -, de las cobijas sólo sobresalían
miedosamente sus dedos y sus ojos como en una escena de película
de suspenso de bajísimo perfil; para desgracia mía
eso le daba un giro radical a la situación. Con desconfianza
me pidió que me sentara junto a ella pues tenía
que contarme algo muy grave, - la hora ha llegado, pensé
-, no tuve tiempo para profanar el “intocable” nombre
de los irresponsables e impuntuales chóferes de esta ciudad
quienes sin duda ahora eran los culpables de todo, - y yo que
antes renegaba de la abuela, ¡qué injusto Dios mío!-
Un lastimero hilillo de voz se abrió
paso desde la profundidad de las cobijas y me dijo: “mijo,
anoche tuve un sueño”. Respondí con un suspiro
y con una mirada inquisidora, ya sabía lo que se venía,
una de “esas conversaciones con la abuela”; qué
balance tan desafortunado para la mañana de un solo día;
pero ¿cómo podía adivinar yo lo escalofriante,
desalentador, y sin duda revelador, de su sueño?
Con mucho esfuerzo transcribo a continuación
lo que ella me contó (o por lo menos las partes menos escabrosas,
espero que usted señor lector sepa disculpar mi cobardía,
pero en verdad es espeluznante; sin embargo, me veo obligado a
hacer algunas acotaciones para que se puedan entender mejor sus
delirios). “... ya había dejado las ollas listas
para que cuando mijo llegara el almuerzo estuviera caliente, cuando
iba a encender el radio recordé que hace mucho dejaron
de transmitir las radionovelas...” - se refería obviamente
a esas primas “lejanas y malmiradas” de lo que en
algún momento se podía llamar la telenovela colombiana;
cómo olvidar tantos almuerzos a la luz de los estremecedores
relatos de “La ley contra el hampa”, o como empuñábamos
con valentía tenedor y cuchillo para socorrer si fuera
necesario al buen “Kaliman”, claro, ésas son
las que
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yo recuerdo; sin duda mi abuela había soñado con sus
tiempos mozos caracterizados por una forma pura de narrar, era cuando
desde los estudios se desarrollaba toda la acción en vivo
y en directo, las actrices lloraban en los estudios, la música
incidental se tornaba accidental y las cortinillas servían
para releer las líneas y retocar los tonos dramáticos
en la voz; para los oyentes la expresividad sonora subyugaba por
completo la corporeidad de los protagonistas, la calidad y el valor
narrativo y argumental residían por completo en los ritmos
y los tonos que despedían los radios y no en la voluptuosidad
(léase “siliconeidad”) que ahora determina la
proporción del talento del actor . Me dejé contagiar
por los delirios de mi abuela y empecé a imaginar cómo
se preparaban los artistas de aquellos buenos tiempos, ¿acaso
con un reality?, claro!!!, “Protagonistas de radionovela”,
... no, esperen, seguramente el fracaso hubiera sido total sin los
“artistas” en paños menores y sin las escenas
seudoeróticas, en fin, en qué estaba pensando... -
“... entonces
me fui para la sala a ver las noticias, cuando encendí el
televisor ya no estaba el presentador de antes... – busqué
justificar la desaparición de este personaje pero preferí
guardar silencio pues mi teoría era bastante absurda, inventé
que había dejado de informar sobre “las noticias más
importantes de Colombia y el mundo” para dedicarse a presentar
un concurso de lo que a él día a día le decían
los mismos 100 colombianos acerca de las cuestiones más trascendentales
que no cualquier ser humano podía idear, como por ejemplo
los piropos más comunes, las formas de preparar un huevo,
etc. - ...ahora salía una señorita lo más de
bonita y me acordé que ya había salido antes en la
televisión, no ve que era una de las candidatas del reinado
de hace como tres años; al principio creí que me había
equivocado de programa porque se quedaron hablando casi una hora
que de la nueva tendencia de verano en Italia, que los novios de
¿cómo se dice?, ¿Bricni Espirs?, – seguro
las aclaraciones sobran, la nunca suficientemente ponderada “Princesita
del Pop” – que de las cualidades energéticas
de una fruta que yo creo que por aquí no se da, que uno de
esos políticos salió despeinado a hablar ante las
cámaras y un poco de cosas que uno ummmm!, claro que la señorita
estaba haciendo el programa desde el Museo de los Niños,
lastima que no entraba, se quedaba casi toda la hora al pie del
muñeco ese que hay en la puerta; al final recordaban que
ese sí era el noticiero y que por la noche volvían
con más noticias; menos mal en el sueño no volvió
a aparecer porque si no...” – la verdadera sustancia
de los noticieros, la sempiterna sección que adoptó
de la manera más desafortunada el concepto americano del
nimio “entertainment”, pero no se equivoquen, recuerden
que estoy relatándoles el sueño de mi abuela, espero
que a estas alturas no estén comparando, ¡faltaba más!;
según lo que me contó en los noticieros de sus sueños
se le brindan diez o a lo sumo quince minutos a la información
nacional, incluyendo la “nota amable”, ese ejemplo de
la socavada imaginación de los colombianos en la natural
economía del rebusque; luego aparece un nuevo y más
macabro personaje que se encarga de demostrar sin escatimar esfuerzos
su “desbordado conocimiento” en todas las ramas deportivas,
empieza su cátedra con apuntes futbolísticos y después
de hablar atropelladamente de nuevas disciplinas desconocidas para
todos, excepto aparentemente para él, cierra su intervención
magistralmente con más comentarios futboleros, finalmente
da paso a los inacabables minutos “más entretenidos”
de la televisión aquí, verbigracia, en los sueños
de mi abuela... –
[Adelante>>]
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