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Como de telenovela
Parte III
David García


“...ya por la noche le dejé la comida en el hormo porque mijo nada que llegaba – me prometí que en la medida de mis posibilidades y si la fuerza de voluntad me asistía, intentaría no volver a llegar tan tarde o por lo menos no hacerlo tan seguido, mi abuela me podría necesitar – me puse la pijama para después meterme en la cama e intentar dormir mientras veía las telenovelas que pasan antes del noticiero de las diez, me acomodé esperando que en cualquier momento empezara una de esas novelas que veíamos todos reunidos cuando mijo era chiquito, se acuerda de Pero sigo siendo el Rey, Caballo Viejo, Gallito Ramírez, o si no La Casa de las dos Palmas, incluso hasta Café, - claro que me acordaba, cómo olvidar la época dorada de Carlos Muñoz, al Fercho Durango, la colonización o los paisajes de la zona cafetera, y otros recuerdos finitos de lo que fue la telenovela colombina que apareció realmente después de tantas importaciones de Venezuela, México y Brasil (Topacio, La fiera, Loco amor, entre muchas otras que aún siguen llegando bajo el ya mencionado velo del reencauche). – y por fin después de como diez minutos de comerciales empezó la novela, ¡oh!, yo no podía creerlo, definitivamente todo estaba perdido; aparecieron tres gallinazos, – gavilanes abuela, gavilanes. Otra importación fallida. – tres señores eso si acuerpados, no ve que la mitad del tiempo se la pasaban sin camisa, tenían sombreros a lo mexicano y botas texanas, yo pensé que tenía el televisor en un canal de otro país pero no, era de los nacionales, busqué el control de ese aparato para cambiar de canal así como mijo me había enseñado, pero todo era lo mismo, novelas que pasaban en los canales de acá con personajes de otros lados... – quise consolarla de algún modo pero no pude decir nada ante su lastimera imagen señalándome los botones del control remoto que oprimía para cambiar el canal, que eran los indicados pero que estaban tan lejanos del “power”. Y sí, de los “galanes” de otra época nada quedaba, los hombres “encantadores”, con discurso romanticón, despampanante y a veces hasta envidiable, fueron sustituidos por sujetos que capítulo tras capítulo se rompen los puños cada cinco minutos contra los rostros de los “galanes” de antes y ellos sí, tal vez merecidamente, de aquí, pero no para defender la honra y el buen nombre de su amada sino el suyo propio, “a lo mero macho”; así que nada dije a mi abuela, lo más justo con ella era guardar silencio, ella no lo comprendería, y si todavía no le parecen argumentos suficientes, lo reto a usted señor lector a que le cuente a su abuela, a sus tías o a su mamá, que el Gallito Ramírez o que el Rafa Escalona ahora tiene rasta, que la Niña Mencha o la Gaviota se convirtió en presentadora de reality, o que el hippie de Vives – Carlitos obviamente, del hermano ni hablar - ahora juega fútbol con el maestro, con el Pibe. - ... las protagonistas eran las sardinitas que uno veía antes en esos programas para niños, pero en esa novela salían ya todas grandes y bonitas hablando todo raro y eso si se la pasaban llorando... – no hablan raro abuela, hablan como mexicanas, si no ¿cómo harían para vender sus telenovelas en otros países?. Además, de esta manera se logra esbozar una reconocida y bastante escueta dualidad, pues para que los “galanes” puedan revestir toda la importancia dentro del relato como los héroes vengadores que van por el mundo impartiendo magnánimamente justicia, es indispensable que sus eternas enamoradas, las victimas de cuanto atropello uno se pueda imaginar, sean la clara encarnación de la inocencia y de una amañada debilidad, en espera de la aparición de su violento protector y burdo benefactor quien sin lugar a dudas se hará esperar hasta el último momento para presentarse en su corcel mientras enmudece el ambiente con el retumbar de sus pistolas y libera a la diva justo del seno del cuartel enemigo al estilo de los mejores “cowboys”, aunque de ser necesario contaría con un poco de ayuda de sus fieles hermanos, que para esta escena final ya tendrían que haber socorrido a sus respectivas “hembras”. - ... entonces me quedaba mirando cuidadosamente a ver si podía reconocer el pueblito o los paisajes donde hacían la novela pero no, es que ni siquiera la gente se vestía o hablaba como las personas que uno ve en los pueblos, me parece que como muchas de las telenovelas de mi sueño ésa tampoco era de acá ...” – esta última parte de la inaudita historia lejos de la sensación de escalofrío me produjo rabia e indignación; las telenovelas nacionales, insisto, las de esta pesadilla, en su afán por ser vistas en otros países y de venderse en mercados más amplios como el latino o el hispano, se convirtieron en producciones despatriadas que fracasan tajantemente en su propósito de mostrar elementos propios de determinadas épocas, sectores sociales o zonas geográficas, pero que ligadas indisolublemente al uso exagerado de ciertas fórmulas narrativas y arguméntales devenidas de la misma industria del entretenimiento son ensalzadas cada vez más gracias al éxito que le reportan a las grandes cadenas productoras de televisión.

Sin embargo, aunque evidentemente la televisión de cada época se ve determinada por el contexto sociocultural del cual emerge, y por ende, se supone debe objetivar ciertas transformaciones e hibridaciones que sufran las sociedades dando cabida a la heterogeneidad cultural, era precisamente en la especificidad de la telenovela colombiana en donde estaban cifrados los diferentes determinantes de la nacionalidad y la identidad del costeño, del paisa, del cachaco, del caleño, en fin; era en el seguimiento de las telenovelas de corte costumbrista y gregario en donde se podían reconocer los regionalismos y donde la imagen del colombiano era presentada en el exterior sin necesidad de difuminarla con cuerpos y rostros enteramente estilizados que obedecen a las exigencias del mercado pero que tanto distan de los cuerpos y rostros que se suponen toman como referencia; es claro pues que la imagen del barrio y del pueblito no vende, y por ende la del ciudadano y la del campesino promedio también está divorciada de la lógica mercantil; pero entonces, ¿se supone que los campesinos dejaron de ser de mediana estatura, de utilizar botas pantaneras y ruana, para convertirse todos en hombres casi tan anchos como altos, de chaleco de cuero, sombrero vaquero y texanas?, ¿en qué momento dejaron de trabajar todo el día en el campo para dedicarse únicamente a cortejar, cuando las constantes peleas les dan tiempo, a las pocas hacendadas que aún quedan en las diferentes regiones el país?

Siempre ha sido claro que en las telenovelas se maneja una visión bastante sucinta de la realidad, pero indiscutiblemente el sueño de mi abuela lleva a otro nivel esa idea, en este panorama todos los personajes son reducidos a un mínimo de complejidad psicológica, y se pretende simplificar el amplio espectro de la “colombianidad” en dos tipos de individuos, el chabacano, grotesco y burdo o el que se desvive por demostrar a los golpes el poco inteligente discurso que le es propio. Podría llegarse a pensar que esta forma de comprender y significar el mundo social es bastante tendenciosa y que la mordaz e incesante oferta televisiva llegó a una encrucijada de la cual no se tiene, o no se quiere tener conciencia, y peor aún, no se perciben iniciativas para dimensionar la complejidad de dicho fenómeno; pero bueno, afortunadamente se trata de un mal sueño, ¿o no? ... –

“... al final no supe qué pasó con esos tres señores de la novela porque empezaron a pelearse con una gente que ni idea de dónde apareció, pero fue en la gritería de las mujeres y los golpes de los hombres que logré despertarme. Cuando abrí los ojos estaba empapada de sudor y muy alterada, tenía miedo mijo, y con ese televisor enfrente de mi cama pues cómo no; por eso no pude levantarme, ni hacerle el desayuno, ni ir a despertarlo esta mañana para que se fuera pa´ la universidad; y a todos estas,¿cómo le fue en el examen ese que tenía hoy? – la anciana ya había tenido suficiente, así que entenderán porqué tuve que mentirle.-

Mi abuela se quedó en la cama todo el día, me quedé con ella hasta que se calmó un poco y después bajé a la cocina a prepararle una agüita de hierbas para los nervios, mientras pasaba por los lugares de la casa donde están los televisores temblaba de miedo al pensar en todo aquello que se escondía del otro lado de la pantalla. En la tarde le llevé el almuerzo a la cama y esperé a que se quedara dormida; antes de salir de su habitación la cobije bien para que no tuviera uno de esos sueños macabros y para estar completamente seguro desconecté el televisor, ¡qué tal se despierte y le de por encenderlo!

Ahora estoy en mi cuarto. Me sentía cansado pero cuando me acosté en la cama para pensar en la forma de dar una mala noticia a mis papás me topé con el control de mi televisor, era como en una de esas películas de terror que uno sabe que está punto de suceder algo malo, por eso preferí levantarme y ponerme a escribir sobre el sueño de mi abuela, y creo que más tarde terminaré de leer el libro que está en la mesa de noche.

PD. No sobra la advertencia, así que si usted señor lector decide aventurarse a encender el televisor tenga presente que algo muy desagradable lo puede estar esperando.

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