“...ya por la noche le dejé la comida en el hormo
porque mijo nada que llegaba – me prometí que en
la medida de mis posibilidades y si la fuerza de voluntad me asistía,
intentaría no volver a llegar tan tarde o por lo menos
no hacerlo tan seguido, mi abuela me podría necesitar –
me puse la pijama para después meterme en la cama e intentar
dormir mientras veía las telenovelas que pasan antes del
noticiero de las diez, me acomodé esperando que en cualquier
momento empezara una de esas novelas que veíamos todos
reunidos cuando mijo era chiquito, se acuerda de Pero sigo siendo
el Rey, Caballo Viejo, Gallito Ramírez, o si no La Casa
de las dos Palmas, incluso hasta Café, - claro que me acordaba,
cómo olvidar la época dorada de Carlos Muñoz,
al Fercho Durango, la colonización o los paisajes de la
zona cafetera, y otros recuerdos finitos de lo que fue la telenovela
colombina que apareció realmente después de tantas
importaciones de Venezuela, México y Brasil (Topacio, La
fiera, Loco amor, entre muchas otras que aún siguen llegando
bajo el ya mencionado velo del reencauche). – y por fin
después de como diez minutos de comerciales empezó
la novela, ¡oh!, yo no podía creerlo, definitivamente
todo estaba perdido; aparecieron tres gallinazos, – gavilanes
abuela, gavilanes. Otra importación fallida. – tres
señores eso si acuerpados, no ve que la mitad del tiempo
se la pasaban sin camisa, tenían sombreros a lo mexicano
y botas texanas, yo pensé que tenía el televisor
en un canal de otro país pero no, era de los nacionales,
busqué el control de ese aparato para cambiar de canal
así como mijo me había enseñado, pero todo
era lo mismo, novelas que pasaban en los canales de acá
con personajes de otros lados... – quise consolarla de algún
modo pero no pude decir nada ante su lastimera imagen señalándome
los botones del control remoto que oprimía para cambiar
el canal, que eran los indicados pero que estaban tan lejanos
del “power”. Y sí, de los “galanes”
de otra época nada quedaba, los hombres “encantadores”,
con discurso romanticón, despampanante y a veces hasta
envidiable, fueron sustituidos por sujetos que capítulo
tras capítulo se rompen los puños cada cinco minutos
contra los rostros de los “galanes” de antes y ellos
sí, tal vez merecidamente, de aquí, pero no para
defender la honra y el buen nombre de su amada sino el suyo propio,
“a lo mero macho”; así que nada dije a mi abuela,
lo más justo con ella era guardar silencio, ella no lo
comprendería, y si todavía no le parecen argumentos
suficientes, lo reto a usted señor lector a que le cuente
a su abuela, a sus tías o a su mamá, que el Gallito
Ramírez o que el Rafa Escalona ahora tiene rasta, que la
Niña Mencha o la Gaviota se convirtió en presentadora
de reality, o que el hippie de Vives – Carlitos obviamente,
del hermano ni hablar - ahora juega fútbol con el maestro,
con el Pibe. - ... las protagonistas eran las sardinitas que uno
veía antes en esos programas para niños, pero en
esa novela salían ya todas grandes y bonitas hablando todo
raro y eso si se la pasaban llorando... – no hablan raro
abuela, hablan como mexicanas, si no ¿cómo harían
para vender sus telenovelas en otros países?. Además,
de esta manera se logra esbozar una reconocida y bastante escueta
dualidad, pues para que los “galanes” puedan revestir
toda la importancia dentro del relato como los héroes vengadores
que van por el mundo impartiendo magnánimamente justicia,
es indispensable que sus eternas enamoradas, las victimas de cuanto
atropello uno se pueda imaginar, sean la clara encarnación
de la inocencia y de una amañada debilidad, en espera de
la aparición de su violento protector y burdo benefactor
quien sin lugar a dudas se hará esperar hasta el último
momento para presentarse en su corcel mientras enmudece el ambiente
con el retumbar de sus pistolas y libera a la diva justo del seno
del cuartel enemigo al estilo de los mejores “cowboys”,
aunque de ser necesario contaría con un poco de ayuda de
sus fieles hermanos, que para esta escena final ya tendrían
que haber socorrido a sus respectivas “hembras”. -
... entonces me quedaba mirando cuidadosamente a ver si podía
reconocer el pueblito o los paisajes donde hacían la novela
pero no, es que ni siquiera la gente se vestía o hablaba
como las personas que uno ve en los pueblos, me parece que como
muchas de las telenovelas de mi sueño ésa tampoco
era de acá ...” – esta última parte
de la inaudita historia lejos de la sensación de escalofrío
me produjo rabia e indignación; las telenovelas nacionales,
insisto, las de esta pesadilla, en su afán por ser vistas
en otros países y de venderse en mercados más amplios
como el latino o el hispano, se convirtieron en producciones despatriadas
que fracasan tajantemente en su propósito de mostrar elementos
propios de determinadas épocas, sectores sociales o zonas
geográficas, pero que ligadas indisolublemente al uso exagerado
de ciertas fórmulas narrativas y arguméntales devenidas
de la misma industria del entretenimiento son ensalzadas cada
vez más gracias al éxito que le reportan a las grandes
cadenas productoras de televisión.
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Sin
embargo, aunque evidentemente la televisión de cada época
se ve determinada por el contexto sociocultural del cual emerge,
y por ende, se supone debe objetivar ciertas transformaciones e
hibridaciones que sufran las sociedades dando cabida a la heterogeneidad
cultural, era precisamente en la especificidad de la telenovela
colombiana en donde estaban cifrados los diferentes determinantes
de la nacionalidad y la identidad del costeño, del paisa,
del cachaco, del caleño, en fin; era en el seguimiento de
las telenovelas de corte costumbrista y gregario en donde se podían
reconocer los regionalismos y donde la imagen del colombiano era
presentada en el exterior sin necesidad de difuminarla con cuerpos
y rostros enteramente estilizados que obedecen a las exigencias
del mercado pero que tanto distan de los cuerpos y rostros que se
suponen toman como referencia; es claro pues que la imagen del barrio
y del pueblito no vende, y por ende la del ciudadano y la del campesino
promedio también está divorciada de la lógica
mercantil; pero entonces, ¿se supone que los campesinos dejaron
de ser de mediana estatura, de utilizar botas pantaneras y ruana,
para convertirse todos en hombres casi tan anchos como altos, de
chaleco de cuero, sombrero vaquero y texanas?, ¿en qué
momento dejaron de trabajar todo el día en el campo para
dedicarse únicamente a cortejar, cuando las constantes peleas
les dan tiempo, a las pocas hacendadas que aún quedan en
las diferentes regiones el país?
Siempre
ha sido claro que en las telenovelas se maneja una visión
bastante sucinta de la realidad, pero indiscutiblemente el sueño
de mi abuela lleva a otro nivel esa idea, en este panorama todos
los personajes son reducidos a un mínimo de complejidad psicológica,
y se pretende simplificar el amplio espectro de la “colombianidad”
en dos tipos de individuos, el chabacano, grotesco y burdo o el
que se desvive por demostrar a los golpes el poco inteligente discurso
que le es propio. Podría llegarse a pensar que esta forma
de comprender y significar el mundo social es bastante tendenciosa
y que la mordaz e incesante oferta televisiva llegó a una
encrucijada de la cual no se tiene, o no se quiere tener conciencia,
y peor aún, no se perciben iniciativas para dimensionar la
complejidad de dicho fenómeno; pero bueno, afortunadamente
se trata de un mal sueño, ¿o no? ... –
“... al final no supe qué pasó con esos tres
señores de la novela porque empezaron a pelearse con una
gente que ni idea de dónde apareció, pero fue en la
gritería de las mujeres y los golpes de los hombres que logré
despertarme. Cuando abrí los ojos estaba empapada de sudor
y muy alterada, tenía miedo mijo, y con ese televisor enfrente
de mi cama pues cómo no; por eso no pude levantarme, ni hacerle
el desayuno, ni ir a despertarlo esta mañana para que se
fuera pa´ la universidad; y a todos estas,¿cómo
le fue en el examen ese que tenía hoy? – la anciana
ya había tenido suficiente, así que entenderán
porqué tuve que mentirle.-
Mi abuela se quedó
en la cama todo el día, me quedé con ella hasta que
se calmó un poco y después bajé a la cocina
a prepararle una agüita de hierbas para los nervios, mientras
pasaba por los lugares de la casa donde están los televisores
temblaba de miedo al pensar en todo aquello que se escondía
del otro lado de la pantalla. En la tarde le llevé el almuerzo
a la cama y esperé a que se quedara dormida; antes de salir
de su habitación la cobije bien para que no tuviera uno de
esos sueños macabros y para estar completamente seguro desconecté
el televisor, ¡qué tal se despierte y le de por encenderlo!
Ahora estoy en mi cuarto.
Me sentía cansado pero cuando me acosté en la cama
para pensar en la forma de dar una mala noticia a mis papás
me topé con el control de mi televisor, era como en una de
esas películas de terror que uno sabe que está punto
de suceder algo malo, por eso preferí levantarme y ponerme
a escribir sobre el sueño de mi abuela, y creo que más
tarde terminaré de leer el libro que está en la mesa
de noche.
PD. No sobra la advertencia, así
que si usted señor lector decide aventurarse a encender el
televisor tenga presente que algo muy desagradable lo puede estar
esperando.
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