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99.1
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Radio juvenil en Bogotá, 1963-2004
¿Una historia fragmentada?
Conclusión
Andrés Ospina

Fuera del aire

Hacia 1993 aparece La Mega, un sistema radial lanzado so pretexto de incluir una programación de corte más variado y abarcador que convocara al público "joven". El cross over, término acuñado por el director del proyecto, Alejandro Nieto Molina, era –en sus palabras- la posibilidad de unificar los gustos juveniles en una sola frecuencia. Como lo demostraron los estudios de sintonía y pese a las críticas, la experiencia –desde lo comercial- se mostró exitosa.

Desde 1995 y por vez primera desde su fundación en el lejano 1940, la radio oficial colombiana, Radiodifusora Nacional de Colombia, decide establecer una frecuencia dedicada por entero al público joven. En 99-1 se mezclan el rock y el pop latinos y norteamericanos con algunos otros ritmos, salsa y rap, entre ellos. La cuota colombiana en términos de música es notoria. Programas como Cuatro Canales hacen lo propio al divulgar el trabajo, casi artesanal, de las bandas colombianas. La estación ha contado con la presencia de importantes figuras de la cultura y la radio en Colombia: Sylvia Motta, gestora de la iniciativa, Daniel Casas, director desde el día en que se prendieron los transmisores, Mauricio Vásquez, Andrés Durán, Sandro Romero Rey, Juan Carlos Garay, Moncho Viñas, Alvaro Gónzalez Villamarín, Alejandra Restrepo, Héctor Mora, Jenny Cifuentes, Juan Pablo Restrepo, Gonzalo Rodríguez, Iván García o Rodrigo Gutiérrez son algunos de los personajes que han hecho posible esta radio, una experiencia de talante plural e inventivo, desde lo público, pese a las inmensas dificultades técnicas, presupuestales y burocráticas.

Sin querer decir que hoy las condiciones de apoyo, divulgación e impacto sean las óptimas, cabe afirmar que los noventa parecen haber traído consigo un loable incremento de la movida rockera colombiana, tal vez con mayor fortuna que en cualquiera de las décadas anteriores. Los festivales de Rock y Rap al Parque impulsan el movimiento musical al mismo tiempo que los públicos se van diversificando.

En los últimos tiempos, muchos programas en la radio comercial han sido acusados de una excesiva banalización y chabacanería del discurso juvenil. Han aparecido acaloradas polémicas respecto a los contenidos sexuales y a la escasa elocuencia de los presentadores. Los directivos arguyen que su responsabilidad no es la de formar a sus jóvenes oyentes sino la de entretenerlos. Desde una óptica moral, es poco menos que absurdo el endilgar a la radio joven algún tipo de responsabilidad por la proliferación de embarazos no deseados u orgías en el ámbito escolar. Pero desde el punto de vista de la responsabilidad como agentes de la comunicación es más que razonable el examinar la debilidad de contenidos y la repetición de un formato cuyo desgaste es más que evidente.

 


 

Insomnia, en Las 40 Principales y El Gallo, en Radioactiva son una demostración más de la intrascendencia y el nada inteligente doble sentido que imperan en el panorama radial actual. Insomnia, cuenta con un curioso microlenguaje propio en donde se emplean extrañas expresiones como “necia” o “bandida”. Las llamadas al aire versan, en el más burdo y poco elaborado de los discursos acerca de temas tan insulsos como el saber en cuántas oportunidades han sido los padres de los oyentes sorprendidos por éstos mientras copulan.

Sin caer en la trampa de la mojigatería es más que evidente la pobreza y la escasa inventiva de la que los programas de este tipo han hecho gala, en particular durante los últimos siete años. Ya hay por lo menos una generación de radiooyentes que han crecido con nada originales chistes e interrogantes como: “¿Es mejor largo o corto?”, o “¿Es mejor grande o pequeño? a manera de banda sonora en los descansos o recorridos de bus escolar.

En cuanto a lo que hoy se denomina equivocada y descaradamente como rock, nos chocamos con un panorama nada halagüeño: Juanes, Shakira y Cabas son nuestro “orgullo patrio” en materia musical, y aún no parece surgir una verdadera propuesta que merezca llamarse como tal y que a la vez resulte cuanto menos exportable.

Hay organismos vivos cuyos ciclos biológicos naturales son imposibles de evitar. Es así como pese a las excéntricas genialidades de Eduardo Perdomo (una de las mentes más inventivas, lenguaraces y destacables en la radio bogotana actual) El Zoológico de la Mañana, que hoy en 2004 ajusta algo así como 15 años de vida, ha padecido un doloroso desgaste, en algún grado similar al de programas de televisión como Dejémonos de Vainas, lo que nos hace recordar aquella premisa según la cual es mejor morir a tiempo que experimentar una larga y bochornosa agonía. Los chistes son más que trillados, los recursos manidos y las voces, en lugar de veteranía exhiben una lamentable decrepitud en todo su esplendor. Es una “radio joven” en donde, de momento, no se vislumbra posibilidad de renovación alguna, puesto que son muy pocos los nuevos talentos, y entre la minoría de “promesas de la radio” hay un alto porcentaje de mediocridad irredimible.

Cierto es que hoy la industria sigue siendo timorata y, por lo general, opositora férrea a la hora de programar la música de bandas locales y que las disqueras aún prefieren distribuir o remedar los productos procedentes del extranjero que apostar a una opción estética novedosa.

Pasarán de seguro dos o tres lustros antes de que ésta se haga consciente de su propio anquilosamiento y de la irredimible profanación de la que se ha hecho objeto a los cándidos micrófonos, cómplices mudos de la mediocridad profesada por quienes ante ellos se apostan.

Esta ha sido pues, una breve, subjetiva, quejumbrosa e inacabada historia de la radio joven en Bogotá. Una historia cuyo rumbo esperamos, ilusos, dubitativos y optimistas, tome más promisorias rutas.

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*Andrés Ospina es codirector y cofundador de La Silla Eléctrica. La cerveza, The Beatles, la radio y Bogotá se encuentran entre sus mayores intereses.

 
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